FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN UNLP

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La revolución de febrero según Trotsky

I. La Revolución Rusa


"El último día de febrero fue para Petersburgo el primer día de la nueva era triunfante: día de entusiasmos, de abrazos, de lágrimas de gozo, de efusiones verbales; pero, al mismo tiempo, de golpes decisivos contra el enemigo. En las calles resonaban todavía los disparos. Se decía que los "faraones" de Protopopov, ignorantes todavía del triunfo del pueblo, seguían disparando desde lo alto de las casas. Desde abajo disparaban contra las azoteas y los campanarios, donde se suponía que se guarecían los fantasmas armados del zarismo. Cerca de las cuatro fue ocupado el Almirantazgo, donde se habían refugiado los últimos restos del poder zarista. Las organizaciones revolucionarias y grupos improvisados efectuaban detenciones en la ciudad. La fortaleza de Schluselburg fue tomada sin disparar un solo tiro. Tanto en la ciudad como en los alrededores iban sumándose constantemente a la revolución nuevos batallones.

El cambio de régimen en Moscú no fue más que un eco de la insurrección de Petrogrado. Entre los soldados y los obreros reinaba el mismo estado de espíritu, pero expresado de un modo menos vivo. En el seno de la burguesía, el estado de ánimo imperante era un poco más izquierdista; en las orillas del Neva, los intelectuales radicales de Moscú organizaron una reunión, que no condujo a nada, para tratar de lo que había de hacerse. Hasta el día 27 de febrero no empezaron las huelgas en las fábricas de Moscú; luego, vinieron las manifestaciones. (...)

En varias ciudades de provincias el movimiento no empezó hasta el primero de marzo, después que la revolución había triunfado ya hasta en Moscú. En Tver, los obreros se dirigieron en manifestación desde las fábricas a los cuarteles, y, mezclados con los soldados, recorrieron las calles de la ciudad cantando, como en todas partes entonces, La Marsellesa, no La Internacional. En Nijni-Novgorod, millares de personas se reunieron en los alrededores del edificio de la Duma municipal, que desempeñó en la mayoría de las ciudades el papel que representaba en Petrogrado el palacio de Táurida. Después de escuchar un discurso del alcalde, los obreros se dirigieron con banderas rojas a sacar de la cárcel a los presos políticos. Al atardecer, dieciocho unidades, de las veintiuna que componían la guarnición, se habían puesto ya del lado de la revolución. En Samara y Saratov celebráronse mítines y se organizaron soviets de diputados obreros. En Charkov, el jefe superior de la gendarmería, al enterarse en la estación del triunfo de la insurrección, se puso en pie en un coche ante la multitud agitada y, tremolando la gorra, gritó con todas las fuerzas de sus pulmones: "¡Viva la revolución!".  A Yekaterinoslav, la noticia llegó de Charkov. Al frente de la manifestación iba el ayudante del jefe superior de gendarmería, con un gran sable en la mano, como durante las paradas de grandes solemnidades. Cuando se vio claramente que la monarquía estaba definitivamente derrumbada, en las oficinas públicas empezaron aves revolucionarias, la decisión era menor que en Petrogrado. Cuando empezaban los liberales, que no habían perdido aún la afición a emplear el tono de chanza para hablar de la revolución, circulaban no pocas anécdotas, verídicas o imaginadas. Los obreros, lo mismo que los soldados de las guarniciones, vivían los acontecimientos de un modo muy distinto. (...)

A los pueblos, las noticias relativas a la revolución llegaban de las capitales próximas, unas veces por conducto de las propias autoridades y otras veces a través de los mercados, de los obreros, de los soldados licenciados. Los pueblos acogían la revolución más lentamente y con menos entusiasmo que las ciudades, pero no menos profundamente. Los campesinos relacionaban el cambio con la guerra y con la tierra.

No pecaremos de exageración si decimos que la revolución de febrero la hizo Petrogrado. El resto del país se adhirió. En ningún sitio, a excepción de la capital, hubo lucha. No hubo en todo el país un solo grupo de población, un solo partido, una sola institución, un solo regimiento, que se decidiera a defender el viejo régimen. Esto demuestra cuán fundados son los razonamientos que hacen con la caballería de la Guardia o que si Ivanov no hubiera llegado del frente con una brigada de confianza, el destino de la monarquía hubiera sido otro. Ni en el interior ni en el frente hubo una sola brigada ni un solo regimiento dispuesto a luchar por Nicolás II. (...)

La leyenda de la espontaneidad no explica nada. Para apreciar debidamente la situación y decidir el momento oportuno para emprender el ataque contra el enemigo, era necesario que las masas, su sector dirigente, tuvieran sus postulados ante los acontecimientos históricos y su criterio para la valoración de los mismos. En otros términos, era necesario contar, no con una masa como otra cualquiera, sino con la masa de los obreros petersburgueses y de los obreros rusos en general, que habían pasado por la experiencia de la revolución de 1905, por la insurrección de Moscú del mes de diciembre del mismo año, que se estrelló contra el regimiento de Semenov, y era necesario que en el seno de esa masa hubiera obreros que hubiesen reflexionado sobre la experiencia de 1905, que supieran adoptar una actitud crítica ante las ilusiones constitucionales de los liberales y de los mencheviques, que se asimilaran la perspectiva de la revolución, que hubieran meditado docenas de veces acerca de la cuestión del ejército, que observaran celosamente los cambios que se efectuaban en el mismo, que fueran capaces de sacar consecuencias revolucionarias de sus observaciones y de comunicarlas a los demás. Era necesario, en fin, que hubiera en la guarnición misma soldados avanzados ganados para la causa, o, al menos, interesados por la propaganda revolucionaria y trabajados por ella. (...)

A la pregunta formulada más arriba: ¿Quién dirigió la insurrección de febrero?, podemos, pues, contestar de un modo harto claro y definido: los obreros conscientes, templados y educados principalmente por el partido de Lenin. Y dicho esto, no tenemos más remedio que añadir: este caudillaje, que bastó para asegurar el triunfo de la insurrección, no bastó, en cambio, para poner inmediatamente la dirección del movimiento revolucionario en manos de la vanguardia proletaria".

León Trotsky, Historia de la revolución rusa, Capítulo VIII ¿Quién dirigió la insurrección de febrero?

Publicada por primera vez, en traducción de Max Eastman, como The History of the Russian Revolution vols I-III, en Londres 1932-33. Digitalizado por Julagaray en julio de 1997, Recodificado para el MIA por Juan R. Fajardo en octubre de 1999.

 

 

trotsky

 

 

 

 

 

 

 

LEON DAVIDOVICH BRONSTEIN (1877-1940)

 

 

 

 

 

 

 

 

Conocido como León Trotsky, nació en una familia judía de origen burgués. Desde su adolescencia adhirió al ideario socialista. Detenido en 1898 por sus actividades conspirativas, fue encarcelado y trasladado a Siberia. En 1902 logró huir con un pasaporte falso en el que figuraba el nombre de Trotsky, uno de sus carceleros en Odessa. Después de muchas peripecias, llegó a Londres donde conoció a Lenin y compartió la vivienda con Mártov y la anciana revolucionaria Vera Zasulich. Se incorporó enseguida al equipo de la Iskra (Chispa).

El grupo reunido en torno a esta publicación se dividió en el II Congreso del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso (POSDR), celebrado en los meses de julio y agosto de 1903, primero en Bruselas y después en Londres. Transitoriamente aliado con los mencheviques, Trotsky fue un agudo adversario de Lenin en relación con el papel del partido. A comienzos de 1904, el futuro fundador del Ejército Rojo publicó el Informe de la delegación siberiana, un texto que no menciona en sus memorias y en el que expresa su profunda hostilidad hacia el tipo de partido propuesto por Lenin:

"(…) un régimen que para subsistir comienza por expulsar a los mejores militantes en el aspecto teórico y práctico, promete demasiadas ejecuciones y muy poco pan. Inevitablemente, suscitará una decepción que puede resultar fatal no solo para los Robespierre y los ilotas del centralismo, sino también para la idea de una organización de combate única en general. Los amos de la situación serán los “termidorianos” del oportunismo socialista y las puertas del partido se abrirán efectivamente de par en par. Ojalá esto no ocurra".

Pocos meses después escribió Nuestras tareas políticas, un texto todavía más ácido: "En las políticas internas del partido estos métodos llevan a la organización del partido a sustituir al partido, al Comité Central a sustituir a la organización del partido y finalmente al dictador a sustituir al Comité Central”.

En el curso de la revolución, como consigna Deutscher, iría mucho más lejos que Lenin en la glorificación de aquellos métodos, para después retroceder horrorizado frente a su consumación por Stalin.

Al estallar la revolución de 1905, Trotsky volvió a Rusia y en el soviet de San Petersburgo jugó un papel central. Durante 52 días se desempeñó primero como su vicepresidente, después como presidente, y escribió los editoriales de su órgano, Izvestia. Detenido después de la represión, elaboró en la cárcel su famosa y muy polémica concepción de la “revolución permanente”. La burguesía rusa, según Trotsky, no tenía ni la determinación ni la capacidad de llevar a cabo su propia revolución. La destrucción del antiguo régimen sería encarada por los trabajadores que no podrían detenerse en la liquidación del absolutismo, sino que profundizarían la revolución para no quedar desplazados del poder. Ante la chispa rusa, el proletariado europeo se sumaría a la revolución consolidando el proceso. De esta manera, la atrasada Rusia podría adelantarse a los países avanzados articulándose en una “cadena ininterrumpida” hacia el socialismo.

Cuando fue juzgado en 1906 por el delito de insurrección armada, aprovechó el proceso para denunciar al régimen imperial; el texto de su discurso se encuentra reproducido en Resultados y perspectivas. Al terminarse el juicio, fue desterrado a Siberia por segunda vez, y nuevamente logró evadirse. Se refugió en Viena, Berlín, París y Estados Unidos, y hasta 1917 actuó como un marxista independiente: "aunque los aspectos antirrevolucionarios del menchevismo ya son completamente obvios –escribió en 1909–, los del bolchevismo, probablemente, se volverán una grave amenaza solo en caso de una victoria".

En febrero de 1917, cuando la movilización popular provocó la renuncia del zar, Trotsky, que estaba en Nueva York, decidió regresar a Rusia, después de doce años de exilio. A finales de julio se incorporó al comité central del partido bolchevique. A partir de este momento apostó decididamente al protagonismo del partido. El proletariado ruso se estaba mostrando “inmaduro” y por lo tanto necesitaba de una enérgica vanguardia que lo guiara. Trotsky organizó el Comité Revolucionario Militar, que preparó la insurrección de octubre. Después fue Comisario del Pueblo de Asuntos Extranjeros y organizador del Ejército Rojo, entre los muchos cargos que desempeñó en la cúspide del naciente Estado soviético.

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