FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN UNLP

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Usted está aquí: Inicio Carpeta 2 Fuentes La primera guerra mundial y la revolución rusa interrogantes en torno a Octubre de 1917

interrogantes en torno a Octubre de 1917

I. La Revolución Rusa

 

Parte de los interrogantes que recorren la producción historiográfica fueron formulados en el mismo momento en que se produjo la toma del Palacio de Invierno. A modo de ejemplo registramos el testimonio del periodista y militante socialista John Silas Reed.

"Durante los primeros meses del nuevo régimen, en efecto, a pesar de la confusión consiguiente a un gran movimiento revolucionario como el que acababa de liberar a un pueblo de 160 millones de hombres, el más oprimido del mundo entero, la situación interior, así como la potencia combativa de los ejércitos, mejoraron sensiblemente.

Pero esta 'luna de miel' duró poco. Las clases poseedoras querían una revolución solamente política que, arrancando el poder al zar, se lo entregara a ellas. Querían hacer de Rusia una república constitucional a la manera de Francia o de los Estados Unidos, o incluso una monarquía constitucional como la de Inglaterra. Ahora bien, las masas populares querían una verdadera democracia obrera y campesina. (...)

Fue así como se desarrolló en Rusia, en el curso mismo de una guerra exterior e inmediatamente después de la revolución política, la revolución social, que terminó con el triunfo del bolchevismo.

Los extranjeros, los americanos particularmente, insisten, con frecuencia, sobre la ignorancia de los trabajadores rusos. Es cierto que estos no poseían la experiencia política de los pueblos occidentales, pero estaban notablemente preparados en lo que concierne a la organización de las masas. En 1917, las cooperativas de consumo contaban con más de 12 millones de afiliados. El mismo sistema de los soviets es un admirable ejemplo de su genio organizador. Además, no hay probablemente en la Tierra un pueblo que esté tan familiarizado con la teoría del socialismo y sus aplicaciones prácticas.

Muchos autores han justificado su hostilidad al Gobierno soviético pretextando que la última fase de la revolución no fue otra cosa que una lucha defensiva de los elementos civilizados de la sociedad contra la brutalidad de los ataques de los bolcheviques.

Ahora bien, fueron precisamente esos elementos, las clases poseedoras, quienes, viendo crecer el poderío de las organizaciones revolucionarias de la masa, decidieron destruirlas, costase lo que costase, y poner una barrera a la revolución. Dispuestos a alcanzar sus objetivos, recurrieron a maniobras desesperadas. Para derribar el ministerio Kerenski y aniquilar a los soviets, desorganizaron los transportes y provocaron perturbaciones interiores; para reducir a los Comités de fábrica, cerraron las fábricas e hicieron desaparecer el combustible y las materias primas; para acabar con los Comités del ejército restablecieron la pena de muerte y trataron de provocar la derrota militar.

Esto era, evidentemente, arrojar aceite, y del mejor, al fuego bolchevique. Los bolcheviques respondieron predicando la guerra de clases y proclamando la supremacía de los soviets.

Entre estos dos extremos, más o menos ardorosamente apoyados por grupos diversos, se encontraban los llamados socialistas "moderados", que incluían a los mencheviques, a los social-revolucionarios y algunas fracciones de menor importancia. Todos estos partidos estaban igualmente expuestos a los ataques de las clases poseedoras, pero su fuerza de resistencia se hallaba quebrantada por sus mismas teorías.

Los mencheviques y los social-revolucionarios consideraban que Rusia no estaba madura para la revolución social y que solo era posible una revolución política. Según ellos, las masas rusas carecían de la educación necesaria para tomar el poder; toda tentativa en este sentido no haría sino provocar una reacción, a favor de la cual un aventurero sin escrúpulos podría restaurar el antiguo régimen. Por consiguiente, cuando los socialistas "moderados" se vieran obligados por las circunstancias a tomar el poder, no osarían hacerlo.

Creían que Rusia debía recorrer las mismas etapas políticas y económicas que la Europa occidental, para llegar, al fin, y al mismo tiempo que el resto del mundo, al paraíso socialista. Asimismo, estaban de acuerdo con las clases poseedoras en hacer primero de Rusia un Estado parlamentario, aunque un poco más perfeccionado que las democracias occidentales, y, en consecuencia, insistían en la participación de las clases poseedoras en el gobierno. De ahí a practicar una política de colaboración no había más que un paso. Los socialistas "moderados" necesitaban de la burguesía; pero la burguesía no necesitaba de los socialistas "moderados". Los ministros socialistas se vieron obligados a ir cediendo, poco a poco, la totalidad de su programa, a medida que las clases poseedoras se mostraban más apremiantes.

Y finalmente, cuando los bolcheviques echaron abajo todo ese hueco edificio de compromisos, mencheviques y social-revolucionarios se encontraron en la lucha al lado de las clases poseedoras. En todos los países del mundo, sobre poco más o menos, vemos producirse hoy el mismo fenómeno.

Lejos de ser una fuerza destructiva, me parece que los bolcheviques eran en Rusia el único partido con un programa constructivo y capaz de imponer ese programa al país. Si no hubiesen triunfado en el momento en que lo hicieron, no hay apenas duda para mí de los que los ejércitos de la Alemania imperial habrían entrado en Petrogrado y Moscú en diciembre, y de que un zar cabalgaría hoy de nuevo sobre Rusia.

Aún está de moda, después de un año de existencia del régimen soviético, hablar de la revolución bolchevique como de una "aventura".  Pues bien, si es necesario hablar de aventura, esta fue una de las más maravillosas en que se ha empeñado la humanidad, la que abrió a las masas laboriosas el terreno de la historia e hizo depender todo, en adelante, de sus vastas y naturales aspiraciones. Pero añadamos que, antes de noviembre, estaba preparado el aparato mediante el cual podrían ser distribuidas a los campesinos las tierras de los grandes terratenientes; que estaban constituidos también los Comités de fábrica y los sindicatos, que habrían de realizar el control obrero de la industria, y que cada ciudad y cada aldea, cada distrito, cada provincia, tenían sus soviets de diputados obreros, soldados y campesinos, dispuestos a asegurar la administración local.

Independientemente de lo que se piense sobre el bolchevismo, es innegable que la Revolución Rusa es uno de los grandes acontecimientos de la historia de la humanidad, y la llegada de los bolcheviques al poder, un hecho de importancia mundial. Así como los historiadores se interesan por reconstruir, en sus menores detalles, la historia de la Comuna de París, del mismo modo desearán conocer lo que sucedió en Petrogrado en noviembre de 1917, el estado de espíritu del pueblo, la fisonomía de sus jefes, sus palabras, sus actos. Pensando en ellos, he escrito yo este libro.

Durante la lucha, mis simpatías no eran neutrales. Pero, al trazar la historia de estas grandes jornadas, he procurado estudiar los acontecimientos como un cronista concienzudo, que se esfuerza por reflejar la verdad".

John Reed, Diez días que conmovieron al mundo, Prefacio del autor. 

 

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JOHN SILAS REED (1887-1920)

 

 

 

 

 

 

 

Reed nació en Estados Unidos y después de pasar por las aulas de la Universidad de Harvard, ingresó en el Partido Socialista de su país e inició su carrera como periodista.

Cuando estalló la revolución en México, se trasladó a las zonas de combate y tomó contacto con las tropas de Pancho Villa. Dejó un retrato de esta lucha en el libro México en armas. A su regreso a Estados Unidos declaró: "Sí, México se halla sumido en la revuelta y el caos. Pero la responsabilidad de ello no recae sobre los peones sin tierra, sino sobre los que siembran la inquietud mediante envíos de oro y de armas, es decir, sobre las compañías petroleras inglesas y norteamericanas en pugna".

Viajó a Europa en guerra como corresponsal para la revista Metropolitan. A raíz del virulento artículo antimilitarista que publicó en Liberator, revista de carácter revolucionario, fue llevado con otros autores ante un tribunal de Nueva York acusado de alta traición, pero finalmente salió absuelto.

Frente a las jornadas revolucionarias en Rusia decidió que quería involucrarse activamente en lo que estaba ocurriendo. Recorrió y tomó nota de los eventos, entrevistó a los protagonistas y reunió todo este material en el texto que se convertiría luego en su obra más difundida. Fue un testigo subjetivo, como él mismo aclara, y muchos de sus datos no se corresponden con lo efectivamente sucedido. En el viaje lo acompañó su pareja Louise Bryant, una feminista partidaria del amor libre.

Cuando Reed dejó Moscú para volver a su país fue expulsado del Partido Socialista por sus ideas radicales y se abocó a la fundación del Communist Labor Party. Regresó a Rusia en 1919 donde buscó el reconocimiento oficial de su partido por la Tercera Internacional. Participó en el Congreso de los Pueblos de Oriente en Bakú (1920). Falleció poco después enfermo de tifus. Fue enterrado junto al Kremlin en la Plaza Roja de Moscú, como héroe de la Revolución.

En 1981, el actor y director estadounidense Warren Beatty encaró la filmación de Rojos, una versión de la vida de Reed basada en el texto del profesor de historia Robert Rosenstone Romantic revolutionary: A biography of John Reed, publicado por la Universidad de Harvard en 1975.

 

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