FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN UNLP

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La crítica de Rosa Luxemburgo

I. La Revolución Rusa

 


Luxemburgo, la revolucionara polaca, miembro de la socialdemocracia alemana, estaba en prisión debido a su activa campaña contra la guerra, cuando los bolcheviques tomaron el poder. Inmediatamente escribió sus reflexiones sobre este acontecimiento al que aplaudió, pero sin dejar de señalar sus diferencias con algunas de las decisiones de Lenin y Trotsky, entre ellas la disolución de la Asamblea Constituyente.

"Es un hecho que Lenin y sus camaradas exigían furiosamente el llamado a la Asamblea Constituyente hasta su triunfo de octubre. La política del gobierno de Kerenski de escabullirle el bulto a la cuestión constituía uno de los blancos preferidos de crítica de los bolcheviques y la base de algunos de sus más violentos ataques. Por cierto, Trotsky, en su interesante folleto De Octubre a Brest-Litovsk, dice que 'la Revolución de Octubre representó la salvación de la Asamblea Constituyente', tanto como la salvación de la revolución en conjunto. 'Y cuando dijimos –continúa– que no se podía llegar a la Asamblea Constituyente a través del Parlamento Preliminar de Tseretelli sino solamente a través de la toma del poder por los soviets, teníamos completa razón'.

Y luego, pese a estas declaraciones, el primer paso de Lenin después de la Revolución de Octubre fue... la disolución de esta misma Asamblea Constituyente a la cual se suponía se le abría el camino. ¿Qué razones podían determinar un giro tan asombroso? Trotsky discute todo el asunto en el folleto antes mencionado. Expondremos aquí sus argumentos:

'Así como en los meses anteriores a la Revolución de Octubre las masas fueron hacia la izquierda y los obreros, soldados y campesinos se volcaron espontáneamente hacia los bolcheviques, dentro del Partido Social Revolucionario este proceso se expresó en el fortalecimiento del ala izquierda a costa de la derecha. Pero en la lista de candidatos de los social-revolucionarios los viejos nombres del ala derecha todavía ocupaban las tres cuartas partes de los puestos [...]

Además se dio la circunstancia de que las elecciones se realizaron en el curso de las primeras semanas posteriores a la Revolución de Octubre. Las noticias del cambio que había ocurrido se expandían muy lentamente, en círculos concéntricos que iban desde la capital a las provincias y desde las ciudades a las aldeas. Las masas campesinas, en muchos lugares, apenas tenían noción de lo que sucedía en Petrogrado y Moscú. Votaban por ‘Tierra y libertad’ y elegían como representantes a los comités locales a los que permanecían bajo la bandera de los narodniki. Votaban, en consecuencia, por Kerenski y Avxentiev, que habían disuelto los comités locales y arrestado a sus miembros [...] Este estado de cosas da una idea clara de hasta qué punto la Asamblea Constituyente había quedado atrás en el desarrollo de la lucha política y de los agrupamientos partidarios".

Todo esto está muy bien y resulta bastante convincente. Pero uno no puede menos que preguntarse cómo personas tan inteligentes como Lenin y Trotsky no llegaron a la conclusión que surge inmediatamente de los hechos mencionados. Dado que la Asamblea Constituyente fue elegida mucho antes del cambio decisivo, la Revolución de Octubre, y que su composición reflejaba el pasado ya desvanecido y no la nueva situación, se deduce automáticamente que tendría que haberse anulado la Asamblea Constituyente ya superada y llamado, sin dilación, a elecciones para una nueva Constituyente. No querían confiar, y no debían hacerlo, el destino de la revolución a una asamblea que reflejaba la Rusia kerenskista de ayer, del período de las vacilaciones y las alianzas con la burguesía. Por lo tanto, lo único que quedaba por hacer era convocar una asamblea que surgiera de la Rusia renovada que tanto había avanzado.

En lugar de esto, Trotsky extrae de las características específicas de la Asamblea Constituyente que existía en octubre una conclusión general respecto de la inutilidad, durante la revolución, de cualquier representación surgida de elecciones populares universales.

'Gracias a la lucha abierta y directa por el poder —escribe— las masas trabajadoras acumulan en un tiempo brevísimo una gran experiencia política, y en su desarrollo político trepan rápidamente un peldaño tras otro. Cuanto más extenso es el país y más rudimentario su aparato técnico, menores son las posibilidades del farragoso mecanismo de las instituciones democráticas de seguir el ritmo de este desarrollo'.

Aquí nos encontramos con un cuestionamiento al 'mecanismo de las instituciones democráticas' como tal. A esto debemos objetar inmediatamente que en esa estimación de las instituciones representativas subyace una concepción algo rígida y esquemática a la que la experiencia histórica de toda época revolucionaria contradice expresamente. Según la teoría de Trotsky, toda asamblea electa refleja de una vez y para siempre solo la mentalidad, madurez política y ánimo propios del electorado justo en el momento en que este concurre a las urnas. (...) Se niega aquí toda relación espiritual viva, toda interacción permanente entre los representantes, una vez que han sido electos, y el electorado.

Sin embargo, ¡hasta qué punto lo contradice toda la experiencia histórica! La experiencia demuestra exactamente lo contrario; es decir, que el fluido vivo del ánimo popular se vuelca continuamente en los organismos representativos, los penetra, los guía. Si no, ¿cómo sería posible el espectáculo, que a veces presenciamos en todo parlamento burgués, de las divertidas volteretas de 'los representantes del pueblo', que se sienten súbitamente inspirados por un nuevo 'espíritu' y pronuncian palabras totalmente inesperadas; o encontrarse en determinadas oportunidades con que las momias más resecas se comportan como jovencitos, o con los pequeños Scheidemänchenn más diversos que de golpe empiezan a usar un tono revolucionario; todo esto siempre que hay alboroto en las fábricas y talleres y en las calles?

¿Y habrá que renunciar, en medio de la revolución, a esta influencia siempre viva del ánimo y nivel de madurez política de las masas sobre los organismos electos, en favor de un rígido esquema de emblemas y rótulos partidarios? ¡Todo lo contrario! Es precisamente la revolución la que crea, con su hálito ardiente, esa atmósfera política delicada, vibrante, sensible, en la que las olas del sentimiento popular, el pulso de la vida popular, obran en el momento sobre los organismos representativos del modo más maravilloso. De este hecho dependen, con toda seguridad, los tan conocidos cambios de escena que invariablemente se presentan en las primeras etapas de toda revolución, cuando los viejos reaccionarios o los extremadamente moderados, que surgieron de una elección parlamentaria con sufragio limitado realizada bajo el antiguo régimen, súbitamente se transforman en los heroicos y ardientes voceros del alza. (...)

¿Y acaso no se repitió la misma transformación maravillosa en los Estados Generales franceses, en el parlamento sujeto a la censura de Luis Felipe, e incluso (y este último ejemplo, el más impactante, le fue muy cercano a Trotsky) durante la Cuarta Duma rusa que, electa en el año de gracia de 1909, bajo el más rígido dominio de la contrarrevolución, sintió súbitamente el aliento ardiente de la revuelta que se preparaba y se convirtió en el punto de partida de la revolución?

Todo esto demuestra que “el farragoso mecanismo de las instituciones democráticas” cuenta con un poderoso correctivo, es decir con el movimiento vivo de las masas, con su inacabable presión. Y cuanto más democráticas son las instituciones, cuanto más vivo y fuerte es el pulso de la vida política de las masas, más directa y completa es su influencia, a pesar de los rígidos programas partidarios, de las boletas superadas (listas electorales), etcétera. Con toda seguridad, toda institución democrática tiene sus límites e inconvenientes, lo que indudablemente sucede con todas las instituciones humanas. Pero el remedio que encontraron Lenin y Trotsky, la eliminación de la democracia como tal, es peor que la enfermedad que se supone va a curar, pues detiene la única fuente viva de la cual puede surgir el correctivo a todos los males innatos de las instituciones sociales. Esa fuente es la vida política activa, sin trabas, enérgica, de las más amplias masas populares".

Rosa Luxemburgo, La revolución rusa, México, Grijalbo, 1980.

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