FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN UNLP

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La Muralla de Hierro

VI. El mundo colonial y dependiente


Artículo de Zeev (nombre hebreo en reemplazo de Vladimir) Jabotinsky, publicado en ruso en 1923.


“Contrariamente a la excelente regla de ir al grano directamente, debo comenzar este artículo con una introducción personal. El autor de estas líneas es considerado un enemigo de los árabes, alguien que propone su expulsión, etc. Esto no es verdad. Mi relación emocional con los árabes es la misma que con los otros pueblos: una educada indiferencia. Mi actitud política hacia ellos se caracteriza por dos principios. Primero: la expulsión de los árabes de Palestina es absolutamente imposible. Existirán siempre dos naciones en Palestina, lo cual para mí es bueno, en tanto los judíos sean mayoría. Segundo: estoy orgulloso de haber sido miembro del grupo que formuló el Programa de Helsingfors. Lo formulamos, no solo para los judíos, sino para todos los pueblos, y su base es la igualdad de todas las naciones. Estoy dispuesto a jurar, por nosotros y nuestros descendientes, que nunca destruiremos esta igualdad y nunca intentaremos expulsar u oprimir a los árabes. Nuestro credo, como el lector puede ver, es completamente pacífico. Pero es absolutamente otro asunto si será posible lograr nuestros propósitos pacíficos a través de medios pacíficos. Esto depende, no de nuestra actitud hacia los árabes, sino exclusivamente de la actitud de los árabes hacia el sionismo.

Tras esta introducción podemos pasar al asunto principal. Que los árabes de la tierra de Israel voluntariamente lleguen a un acuerdo con nosotros está más allá de toda esperanza en el presente, y en el futuro inmediato. Esta convicción íntima la expreso de manera tan categórica no para consternar a la facción sionista moderada, sino por el contrario para salvarlos de la decepción. Aparte de aquellos que han sido virtualmente “ciegos” desde la niñez, todos los otros sionistas moderados han comprendido desde hace tiempo que no existe ni siquiera la menor esperanza de obtener el acuerdo con los árabes de la Tierra de Israel para que “Palestina” se convierta en un país con mayoría judía.

Todo lector tiene alguna idea de la historia temprana de otros países que han sido colonizados. Sugiero que recuerde todas las instancias conocidas. Si intentara buscar siquiera un ejemplo de un país colonizado con el consentimiento de aquellos nacidos allí, fracasaría. Los habitantes nativos (no importa si son civilizados o salvajes) siempre han opuesto una obstinada resistencia. Además, la manera en que actúa el colonizador no ha importado en absoluto. Los españoles que conquistaron México y Perú, o nuestros propios ancestros en la época de Joshua ben Nun, se comportaron, podría decirse, como saqueadores. Pero aquellos “grandes exploradores”, los ingleses, escoceses y holandeses que fueron los reales primeros pioneros de Norteamérica eran gente que poseía un elevado nivel ético; hombres que no solo deseaban dejar a los pieles rojas en paz sino que les daba lástima hasta una mosca; gente que con toda sinceridad e inocencia creía que en esos bosques vírgenes y vastas praderas existía espacio disponible para ambos, los blancos y los pieles rojas. Sin embargo, el nativo resistió ante los bárbaros y ante los civilizados con el mismo grado de crueldad.

Otra cuestión que no ha tenido importancia fue si existió o no sospecha de que el conquistador deseaba remover a los nativos de su tierra. La vasta extensión de los Estados Unidos nunca contuvo más que uno o dos millones de indios. Los aborígenes combatieron a los colonos blancos no por temor a ser expropiados, sino simplemente porque nunca existió un habitante indígena que haya aceptado el establecimiento de otros en su país. Cualquier población nativa –no importa si es civilizada o salvaje– ve a su país como su hogar nacional, del cual desean siempre ser los dueños absolutos. Ellos no permitirán voluntariamente, no solo un nuevo dueño, sino incluso un nuevo vecino. Y esto sucede con los árabes. Los partidarios del compromiso en nuestro campo intentan convencernos de que los árabes son unos tontos que pueden ser engañados por una edulcorada formulación de nuestros propósitos, o una tribu de buscadores de dinero que abandonarán el derecho a su tierra nativa de Palestina por beneficios económicos y culturales. Rechazo de plano esa afirmación. Culturalmente los árabes palestinos están 500 años detrás nuestro, espiritualmente no tienen nuestra resistencia o nuestra fuerza de voluntad. Podemos hablar tanto como queramos acerca de nuestras buenas intenciones; pero ellos saben como nosotros lo que no es bueno para ellos. Sienten hacia Palestina el mismo amor instintivo y el fervor que un azteca sentía respecto de su México o un sioux hacia su pradera. Pensar que los árabes consentirán voluntariamente la realización del sionismo a cambio de beneficios culturales y económicos resulta infantil. Tal pueril fantasía de nuestros “arabófilos” proviene de algún tipo de menosprecio del pueblo árabe, de una apreciación infundada de esta raza como una chusma pronta a dejarse sobornar para que compremos su tierra patria a cambio de una red ferroviaria.

Esta visión no tiene fundamento en absoluto. Árabes individuales pueden quizá ser comprados pero esto difícilmente significa que todos los árabes en Eretz Israel tienen la voluntad de vender un patriotismo que ni siquiera los papúes negociarían. Todo pueblo indígena resistirá a los colonizadores.

Esto es lo que los árabes en Palestina están haciendo, y persistirán en hacer mientras conserven una sola chispa de esperanza de que serán capaces de prevenir la transformación de “Palestina” en la “Tierra de Israel” [ …].

Un plan que parece atraer a muchos sionistas es el siguiente: si es imposible obtener el aval para las aspiraciones sionistas por parte de los árabes palestinos, entonces debe ser obtenido de los árabes de Siria, Irak, Arabia Saudita y quizá de Egipto. Incluso si esto fuera posible, no modificaría la raíz de la situación. No modificaría la actitud de los árabes del territorio israelí hacia nosotros. Hace setenta años, la unificación de Italia se logró, con la retención por parte de Austria de Trento y Trieste. Sin embargo, los habitantes de esas ciudades no solo rechazaron aceptar la situación, sino que lucharon contra Austria con renovado vigor. Si fuera posible (lo cual dudo) discutir sobre Palestina con los árabes de Bagdad y La Meca, como si ella fuera una especie de reducida, inmaterial tierra fronteriza, Palestina seguiría siendo para los palestinos no una tierra fronteriza, sino su tierra nativa, el centro y base de su propia existencia nacional. Por ende sería necesario llevar a cabo la colonización contra la voluntad de los árabes palestinos, que es la misma condición que existe hoy.

Un acuerdo con los árabes que están fuera de la Tierra de Israel es también una ilusión. Para que los nacionalistas de Bagdad, La Meca y Damasco acepten una contribución tan onerosa (acordando renunciar a la preservación del carácter árabe de un país ubicado en el centro de su futura “federación”) deberíamos ofrecerles algo sumamente valioso. Podemos ofrecerles solo dos cosas: dinero o asistencia política o ambas cosas. No podemos ofrecerles nada más. Respecto del dinero, resulta ridículo pensar que podríamos financiar el desarrollo de Irak o Arabia Saudita, cuando no tenemos lo suficiente para la Tierra de Israel. Diez veces más ilusoria es la asistencia política para las aspiraciones políticas de los árabes. El nacionalismo árabe se propone los mismos objetivos que el nacionalismo italiano antes de 1870 y que el nacionalismo polaco antes de 1918: unidad e independencia. Estas aspiraciones significan la erradicación de toda traza de influencia británica en Egipto e Irak, la expulsión de los italianos de Libia, la eliminación de la dominación francesa de Siria, Túnez, Argelia y Marruecos. Para nosotros, apoyar tal movimiento sería suicida y desleal. Si omitimos el hecho de que la Declaración Balfour fue firmada por Gran Bretaña, no podemos olvidar que Francia e Italia también la firmaron. No podemos intrigar para remover a Gran Bretaña del Canal de Suez y del Golfo Pérsico y para eliminar el gobierno colonial francés e italiano sobre el territorio árabe. No podemos tener en cuenta ese doble juego de ninguna manera.

Así concluimos que no podemos prometer nada a los árabes de la Tierra de Israel, o a los países árabes. Su acuerdo voluntario está fuera de cuestión. Por esa razón, a quienes sostienen que un acuerdo con los nativos resulta condición esencial para el sionismo podemos ahora decirles “no” y exigir su salida del sionismo. La colonización sionista, incluso la más restringida, debe ser concluida o llevada adelante sin tener en cuenta la voluntad de la población nativa. Esta colonización puede, por ende, continuar y desarrollarse solo bajo la protección de una fuerza independiente de la población local –una muralla de hierro que la población nativa no pueda romper. Esta es, in toto, nuestra política hacia los árabes. Formularla de otra manera solo sería hipocresía.

No solo esto debe ser así: es así, lo admitamos o no. ¿Qué significan para nosotros la Declaración Balfour y el Mandato? Es de hecho un poder imparcial que se propone crear tales condiciones de seguridad de manera tal que la población local pueda ser disuadida de interferir nuestros esfuerzos.

Todos nosotros, sin excepción, demandamos constantemente que este poder cumpla estrictamente sus obligaciones. En este sentido, no hay diferencias sustanciales entre nuestros “militaristas” y nuestros “vegetarianos”. Unos prefieren una muralla de hierro de bayonetas judías, los otros proponen una muralla de hierro de bayonetas británicas, unos terceros postulan un acuerdo con Bagdad, y parecen estar satisfechos con las bayonetas de Bagdad –un gusto algo extraño y peligroso– pero todos aplaudimos, día y noche, la muralla de hierro. Destruiríamos nuestra causa si proclamamos la necesidad de un acuerdo, y hacemos creer a los titulares del Mandato que no necesitamos una muralla de hierro, sino más bien conversaciones sin fin. Tal planteo solo puede perjudicarnos. Por ende es nuestro deber sagrado poner a la vista tal conversación y probar que es una trampa y un engaño. […].

Un pueblo efectúa tales enormes concesiones solo cuando ya no tiene esperanzas. Solo cuando no se percibe ni una sola hendidura en la muralla de hierro, solo entonces los grupos extremos pierden su poder, y el liderazgo pasa a los grupos moderados. Solo entonces estos grupos moderados se acercarán a nosotros proponiendo concesiones mutuas. Y solo entonces los moderados sugerirán propuestas para comprometerse en cuestiones prácticas como ser darnos garantía contra la expulsión, o igualdad y autonomía nacional.

Soy optimista en que ellos terminarán brindándonos tales garantías y que ambos pueblos, como buenos vecinos, podrán entonces vivir en paz. Pero el único camino para llegar a ese acuerdo es la muralla de hierro, es decir, el fortalecimiento en Palestina de un gobierno sin ningún tipo de influencia árabe, es decir, un gobierno que combatirán los árabes. En otras palabras, para nosotros la única senda que conduce hacia un acuerdo en el futuro es el rechazo absoluto de cualquier intento de un acuerdo presente”.


ZEEV JABOTINSKY (1880-1940)










ZEEV JABOTINSKY (1880-1940)









Nació en la ciudad de Odessa, en ese entonces localizada en el imperio zarista. Bajo el impacto del pogrom de Kishinev en 1903, se involucró en las actividades sionistas y fue elegido como delegado al sexto Congreso Sionista.

Al estallar la Primera Guerra Mundial, llamó a la creación de una fuerza judía combatiente que se uniera a los aliados –suponía que serían los vencedores– para liberar Palestina del dominio otomano y permitir al sionismo ganar un lugar en las negociaciones de paz. El Cuerpo de Muleteros de Sión, que se formó en 1915, combatió en Gallípoli, pero fue disuelto. A continuación, Jabotinsky convenció al gobierno británico para que autorizara la formación de tres batallones judíos, y se convirtió en oficial del  Regimiento de Fusileros del Rey. Después de la guerra, Jabotinsky quiso mantener una unidad militar judía para respaldar los reclamos sionistas, pero los británicos se negaron.

Se desilusionó del apoyo británico cuando Londres dispuso a la creación de Transjordania, territorio que suponía sería destinado al hogar nacional judío. En 1923 renunció a la Organización Sionista y dos años después creó la Unión Mundial de Sionistas Revisionistas. En 1930, mientras se encontraba en el exterior, la administración británica prohibió su regreso a Palestina, y aunque nunca más pudo volver siguió actuando en pos de la radicación de los judíos en esa zona.

En 1937 fue nombrado comandante del Etzel, la organización militar judía clandestina de los revisionistas, que presionaba con las armas a Londres para que derogase las restricciones impuestas a la instalación de los judíos en el mandato británico. Organizó acciones de fuerza en pos de conducir la mayor cantidad posible de judíos a Palestina.


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