FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN UNLP

ISBN 957 950 34 0658 8

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Carpeta 2. El quiebre del liberalismo y la crisis del capitalismo (1914/1918-1945)

I. La Primera Guerra Mundial y la Revolución rusa

Acerca del director

           

El más famoso e importante de los directores de cine australianos, Peter Weir, nació en Sydney en 1944 y lleva realizadas dieciséis películas entre su país natal y Estados Unidos, donde comenzó a dirigir a mediados de la década de 1980. Hijo de un agente inmobiliario, Weir estudió economía y negocios en la Universidad de Sydney pero dejó inconclusa su carrera para emprender un viaje por Europa a mediados de la década de 1970. De regreso en su país, comenzó a dirigir películas en 1971, primero para la televisión de Sydney y más tarde para el cine.

 

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Weir es seguramente uno de los mejores narradores del cine actual. Respaldada en un registro clásico, su obra como director ha explorado, en circunstancias históricas y géneros diversos, situaciones en las que los protagonistas se ven profundamente confrontados con un ambiente con el que deben dirimir sus conflictos. Pero esta constante, que desarrolla el tema del enfrentamiento entre individuo y marco cultural e histórico, nunca se plantea en sus películas de manera superficial; Weir es un artista preocupado por la consistencia de sus historias y esto se percibe en el celoso grado de detalles con el que presenta a sus personajes, sus motivos y sus decisiones; pero también en la siempre lograda construcción del mundo en el que deben moverse sus criaturas.

 

Tal como quisimos poner de relieve en nuestra lectura de la forma cinematográfica de la obra, todos estos elementos se perciben con claridad en Gallipoli, acaso la película mayor de su etapa australiana; pero también están presentes en la célebre Testigo en peligro (Witness, 1985), en la que se traban y destraban conflictos culturales y sociológicos alrededor del protagonista, compuesto por Harrison Ford, la comunidad amish en la que se integra y los policías que intentan eliminarlo y eliminar al testigo, el niño amish al que protege. Lo mismo cabe considerar de la más famosa de sus obras recientes, The Truman show (1998), una lúcida e implacable reflexión sobre el lugar del individuo y de la sociedad de masas a ambos lados de una realidad siniestra construida por los medios de comunicación en general y la televisión en particular. Estos elementos también aparecían en La sociedad de los poetas muertos (Dead poets society, 1989), filme que recogió un amplio reconocimiento del público y que narraba el conflicto entre la actuación de un profesor de literatura de estilo pedagógico muy libre que conecta muy bien con sus estudiantes y las ortodoxias de la práctica educativa más tradicional de la institución en la que se desempeña. En Capitán de mar y guerra (Master and commnader, the far side of the World, 2003) vuelve a ocuparse de un tema histórico: las peripecias de un capitán inglés que comanda, con estilo enteramente personal, una nave de guerra en tiempos imperiales. Weir exhibe nuevamente en este filme, en curioso ritmo de acción reposada, toda su capacidad narrativa y su preocupación por mirar la época con cuidado de historiador. La película se disfruta como una pieza de aventuras singular, muy rara en el contexto de la realización contemporánea, pero también como una mirada histórica profunda sobre la vida en el mar en tiempos de construcción del imperio británico. Otra prueba de su interés de historiador: Weir dirigió otro film de contenido histórico en Australia en 1982: El año que vivimos en peligro (The year we lived dangerously), en el que Gibson interpretaba a un periodista australiano, corresponsal extranjero en medio de una fallida revolución política contra el régimen de Sukarno en Indonesia en 1965. 

 

Para este año, 2010, se anuncia el estreno mundial de The way back, filme basado en la obra autobiográfica del teniente polaco Slavomir Rawicz, que cuenta la historia de un grupo de soldados que escapa del Gulag soviético en 1940.

 

La obsesión por mantener el control de sus obras -que normalmente nacen de su propia iniciativa y en las que trabaja, personalmente o en colaboración, en la escritura de los guiones- aparta a Weir de las reglas más al uso que exigen a los directores de éxito un ritmo de realización más prolífico. Es probable que este rasgo, propio de un artista paciente, esté en la base de la profundidad de su cine. Lo cierto es que quedan muy pocos directores en actividad de la generación de Weir de los que uno pueda decir que, a más de treinta años de haber empezado a dirigir, sostengan todavía una obra que trasunte, como la suya, una mirada personal profunda, inquieta y de auténtico cineasta, del mundo alrededor.

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