FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN UNLP

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El problema irlandés

II. La belle époque y el capitalismo global

 

 

La isla de Irlanda quedó bajo soberanía inglesa, aunque en forma parcial, desde el siglo xii. Cuatro siglos más tarde, Enrique VIII asumió el título de rey de Irlanda e intentó imponer el anglicanismo, lo que chocó contra el catolicismo profesado por la mayoría de los irlandeses. A esto se sumó la política colonizadora de Isabel I, que incrementó la cantidad de soldados ingleses y otorgó tierras en propiedad a ingleses y escoceses que emigraron a la isla. La subordinación política, religiosa y económica de la población local dio paso, en 1641, a una revuelta, iniciada con el fin de recuperar sus tierras, que desde el Ulster se extendió al resto de Irlanda. Los rebeldes católicos acabaron provocando una masacre de colonos protestantes que fue contestada con la sangrienta represión por parte de las tropas inglesas comandadas por Oliver Cronwell. A continuación se emprendieron nuevas confiscaciones de tierras que consolidaron una clase alta de terratenientes protestantes –mayoritariamente presbiterianos en el Ulster y anglicanos en el resto de la isla–, lo que acentuó aún más la división entre una Irlanda católica y otra protestante.

A fines del xvii, los protestantes (apenas un 20 % de la población de la isla) tenían el 86 % de la tierra, mientras que los católicos irlandeses se veían obligados a trabajar las tierras de sus colonizadores y a pagar altos arriendos.

Tras la victoria de Guillermo de Orange a fines del siglo xvii, el protestantismo profundizó su peso en Inglaterra y se pretendió imponerlo también en Irlanda. El Parlamento irlandés quedó dominado por los protestantes y se introdujo una legislación represiva contra el poder económico y social de los católicos: se les prohibió comprar tierras, ocupar puestos en el gobierno y practicar su culto. Esta legislación fue revisada cuando se produjo la independencia de Estados Unidos y frente al temor suscitado por la Revolución francesa: se abolieron las leyes restrictivas respecto al acceso a la propiedad y se otorgó el voto a los católicos, aunque aún quedaban excluidos del poder legislativo, judicial y de la alta administración del Estado.

En 1798, el mismo año en que los británicos encabezaban la segunda coalición contra la República Francesa, en Irlanda maduraba un movimiento de corte interconfesional, la Asociación de los Irlandeses Unidos, liderada por el joven abogado protestante Theobald Wolfe Tone, que impulsó la ruptura de los lazos con Inglaterra. La represión por parte de las tropas británicas dejó en silencio durante un tiempo al movimiento nacionalista irlandés.

Por el Acta de Unión, Irlanda fue incorporada al Reino Unido en enero de 1801. En el siglo xix, la aspiración de independencia, apoyada por la mayoría de la población –excepto la del noreste, donde primaban los protestantes–, llevó a que se organizara un fuerte movimiento nacionalista.

Entre 1845 y 1849, una plaga afectó las cosechas de papas y condenó al país a lo que se conoció como “la gran hambruna irlandesa” debido a que la dieta de buena parte de la población dependía del tubérculo. Más de un millón de irlandeses murieron de inanición, tifus y otras enfermedades relacionadas con el hambre. Un número similar emigró, fundamentalmente, a Estados Unidos.

 

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LA HAMBRUNA IRLANDESA

 

 

En el pasaje del siglo xix al xx, el nacionalismo irlandés se encontraba dividido: moderados frente a radicales, autonomistas frente a independentistas, pacíficos frente a violentos. Cuando el primer ministro británico, el liberal William Gladstone, pretendió conceder una suerte de autonomía política a la isla, en 1886, buscó apoyarse en el sector representado por el Partido Parlamentario Irlandés, liderado por el anglicano Charles Stewart Parnell, que había conseguido la mayoría de las actas irlandesas en las elecciones generales británicas de 1885. Sin embargo, Gladstone encontró una oposición fuerte, incluso en su propio partido, y al mismo tiempo que cayó su gobierno quedó dañada también la propuesta del nacionalismo irlandés no violento y autonomista. El protestantismo unionista, que rechazaba a los nacionalistas irlandeses de distinto signo, formó la Liga de Defensa del Ulster en 1893 y además reaparecieron sociedades secretas tradicionales, como la Orden de Orange.

La expresión sinn féin (en irlandés “Nosotros mismos”, o bien “Nosotros solos”) se utilizaba en Irlanda a finales del siglo xix para definir el pensamiento partidario de la independencia y defensor de la singularidad irlandesa en todos los ámbitos. Con ese nombre fue creado un grupo de presión política a fines de 1905 por iniciativa del periodista Arthur Griffith, fundador, en el año 1899, de la revista United Irishman. En sus comienzos fue un movimiento muy plural proclive a sufrir tensiones internas. El Sinn Féin incluyó tanto a moderados –partidarios de que una misma corona reinara sobre dos Estados independientes, pero de modo que Irlanda contara con poderes Ejecutivo y Legislativo propios–, como a revolucionarios republicanos.

Frente al avance de las fuerzas que pretendían mayores cuotas de autogobierno, a principios del siglo xx el gobierno británico aceptó un nuevo proyecto de autonomía (Home Rule) que se pondría en marcha en 1914. Esta estrategia británica reactivó la reacción de los unionistas del Ulster, que no querían romper el lazo con Londres. En 1912 crearon un grupo paramilitar, Fuerza de Voluntarios del Ulster para lograr la separación de los condados del norte ante la inminente autonomía de una Irlanda confesionalmente católica. Como contrapartida, los nacionalistas irlandeses se agruparon en Voluntarios Nacionales Irlandeses. El estallido de la Primera Guerra Mundial paralizó la prometida autonomía.

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