FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN UNLP

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La Habana

 

Ya desde mediados del siglo XVIII el crecimiento de la ciudad de La Habana, capital de la isla de Cuba, había desbordado las antiguas muralla de defensa, que delimitaban el núcleo original de la fundación en 1519. Hacia 1863 comenzó la demolición de los muros. Esto no impidió que se siguiera hablando de la ciudad “intramuros”, en referencia a lo que hoy se conoce como La Habana Vieja, pero la ciudad y la vida de la ciudad habían comenzado a extenderse sobre el territorio de la bahía, principalmente hacia el oeste y el sureste.

En los últimos años del siglo XIX, Cuba, todavía colonia española, fue alcanzada por el proceso de transformación económica mundial que definió nuevas divisiones internacionales de la producción. La vinculación de la economía cubana con el mercado, a través de la producción de azúcar, tuvo importantes repercusiones en la fisonomía de la ciudad de La Habana que, como la mayoría de los grandes puertos, pasó a ser el centro de la actividad comercial, donde confluían mercaderías, capitales, trabajadores y una gran cantidad de inmigrantes procedentes de diversas regiones. Este es el período en el que las grandes ciudades-puerto definen su perfil atlántico, ya que es a través del mar que establecen su conexión económica con el mundo. Pero la conexión no es solo económica, en tanto la ciudad es un polo de atracción de las modas europeas. Las ciudades empiezan a albergar al mundillo de intermediarios y comerciantes nacionales vinculados a las potencias extranjeras, que comenzaban a invertir directamente. Sin embargo, en La Habana se produce lo que podría llamarse un desfasaje: si bien el capital norteamericano acude rápidamente para invertir en la explotación del azúcar y la ciudad “sufre” el conjunto de las transformaciones que marcarán su crecimiento, La Habana conservará su aspecto colonial hasta los primeros años del siglo XX. Esto puede explicarse por la continuidad del vínculo político con la antigua metrópoli, que será interrumpido, luego de una guerra en la que interviene EE.UU., recién en 1898. El gobierno norteamericano abrió las puertas a la inmigración así como al establecimiento de gran cantidad de inversionistas extranjeros, a la banca estadounidense y a las compañías constructoras.

El comienzo de la vida independiente desatará un intento de modernización casi desesperado en lo que respecta a la imagen de la ciudad y a la vida urbana. Las nuevas burguesías procurarán ponerse al día con los estilos europeos y consumar el desarrollo que el mundo estaba alcanzando.

Los altos precios del azúcar propiciaron una abundancia de capital disponible para emprender obras, que hizo que los primeros años del siglo XX fueran conocidos como el período de “la danza de los millones”; en 1920, el descenso de los precios internacionales dio inicio a un período de crisis que detuvo muchas de las obras que se habían iniciado.

La primera obra, y tal vez la más significativa, fue la construcción de una avenida costanera (el Malecón) que no solo agilizó la comunicación entre los sectores de la ciudad sino que produjo un cambio importante en la imagen que se ofrecía a los recién llegados. La construcción del Malecón comenzó en los primeros años del siglo y formó parte del conjunto de obras que intentaban adecuar la ciudad a la imagen de la burguesía. Se realizó también una mejora en el Paseo del Prado y se construyó una glorieta en la explanada del Castillo de la Punta, donde se desarrollaban los nuevos hábitos de la burguesía.

Malecón, La Habana

 

 

 

 

 

 

 

 

 

EN 1902 SE CONSTRUYERON LOS PRIMEROS QUINIENTOS METROS DEL MALECÓN DE LA HABANA

 

 

 

Las familias de clase alta (el antiguo patriciado), que anteriormente vivían en predios del casco antiguo, emigraron en un movimiento inverso al de los sectores populares, que ocuparon las grandes residencias. Los antiguos palacetes se transformaron en casas de vecindad y sus aristocráticos espacios fueron subdivididos en cuartos para alquilar, con baños comunes, dando origen a las “ciudadelas” o “conventillos” característicos de la Ciudad Vieja. La burguesía ocupó las zonas residenciales que se ampliaron con el crecimiento de antiguos y nuevos repartos o barrios. Los grupos de mayor poder adquisitivo se concentraron en las zonas que crecieron hacia el oeste, superando el río Almendares (los repartos El Vedado, Miramar y Country), mientras que los sectores más modestos de la burguesía se ubicaban en las zonas de Marianao o La Víbora, hacia el sureste. Un rasgo general de este crecimiento fue la espontaneidad. Dada la ausencia de un plan maestro de crecimiento urbano, los nuevos repartos se extendieron de forma anárquica, determinados por especuladores y propietarios de tierras. Las mejoras en el transporte (difusión del automóvil e introducción del tranvía eléctrico) permitieron que estas zonas alejadas, con su trama diversificada, se sumaran al conjunto urbano y a la primitiva trama colonial.

Pero la principal transformación de esos años estuvo dada por la construcción de una serie de impresionantes edificios públicos, administrativos, comerciales y culturales que ocuparon la zona de las antiguas murallas, definiendo lo que se conoce como el “ring” de La Habana, en un significativo reemplazo del antiguo símbolo de la etapa colonial por una fila imponente de nuevas construcciones.

 

( Una cuestión de estilo )

Si la burguesía cubana no avanzó sobre el casco antiguo, sí impuso su ambición fundante en el estilo arquitectónico de los edificios públicos y residencias, donde quedó plasmada la influencia de las modas europeas y el inevitable influjo norteamericano. La adopción del estilo ecléctico europeo como elemento predominante del diseño arquitectónico resultó la materialización de la idea de lo que se quería tener, y fundamentalmente marcó el contraste con el estilo neoclásico precedente. El rechazo a la vida colonial se hizo patente en la inversión en edificios públicos de un estilo novedoso. Un ejemplo de arquitectura ecléctica lo constituye el Palacio Presidencial, construido en la zona de la antigua muralla. Los palacios de las sociedades regionales españolas (el Centro Asturiano y el Centro Gallego) y los clubes sociales (Vedado Tennis Club, Habana Yacht Club) son los edificios que definen las principales tendencias tipológicas de la época.

El edificio del Centro Gallego de la Habana. La foto es de 1937

 

 

 

 

 

 

 

 

EL EDIFICIO DEL CENTRO GALLEGO DE LA HABANA. LA FOTO ES DE 1937

 

 

 

 

 

La presencia de compañías constructoras norteamericanas favoreció la difusión de nuevas tecnologías y técnicas, como la basada en estructuras metálicas o el hormigón armado. Estas se aplicaron en la construcción de almacenes, bancos u oficinas de un ortodoxo clasicismo de matiz norteamericano. En la construcción de residencias, la burguesía aplicaba todos los conocimientos y diseños novedosos. La inspiración se buscaba en modelos provenientes de Europa, como el romanticismo neogótico. Proliferaron residencias que eran copias miniaturizadas de castillos feudales. Se utilizaban decoraciones extraídas del repertorio mozárabe y se echó mano al art déco que, por la ausencia de referencias historicistas, resultó una vía de expresión capaz de canalizar el ansia renovadora.

“Un estilo sin estilo”, llamó Alejo Carpentier a la imagen que le devolvía La Habana. Tal vez pueda ser una buena síntesis del resultado de la desesperación modernizadora de la burguesía. Estos cambios introducidos en la ciudad modificaron el aspecto provinciano; los barcos que se acercaban al puerto veían la fachada del moderno Malecón (aunque estuvo muchos años en construcción) y por detrás, asomando, las torres y cúpulas de los enormes edificios. Visualmente la ciudad podía pasar por una metrópoli europea (como muchas de las “ciudades atlánticas” en esos años).

 

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