FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN UNLP

ISBN 957 950 34 0658 8

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Carpeta 1. La Era del Imperio (1873-1914/1918)

II. La belle époque y el capitalismo global

 

Literatura: Emile Zola, el escritor naturalista

Sobre el autor

Émile Zola (1840-1902) es un escritor francés, considerado como el máximo representante de la escuela literaria del naturalismo. Ha escrito más de veinte novelas, cuentos y ensayos. Algunos de sus textos más destacados son las novelas Teresa Raquin (1867), Nana (1879), Germinal (1885), La bestia humana (1890); los ensayos La novela experimental (1879), La escuela naturalista (1881), El naturalismo en el teatro (1881) y su carta abierta Yo acuso (1898). También ha colaborado en distintos periódicos, tanto con textos literarios como con artículos críticos.

Ante las transformaciones de gran impacto que traía consigo la modernización, puede decirse que Zola manifiesta un patente pesimismo respecto del presente, combinado con un claro optimismo sobre el futuro. Partidario de los oprimidos, Zola no toma el camino de la desesperanza: es determinista pero no fatalista. En este sentido, entiende que los hombres dependen de las condiciones materiales de su existencia pero no considera que éstas sean inalterables. Así, el objetivo de las ciencias sociales sería el de trabajar en pos de transformar y mejorar las condiciones externas de la vida humana. Es por ello que para Zola la figura del experimentador (en contraste con la del simple observador), resulta central. El experimentador es aquél que con un fin particular emplea los procedimientos de investigación para modificar los fenómenos naturales. Esto va en consonancia con el espíritu cientificista de la época, que se manifiesta, por ejemplo, en el carácter utilitario y los fines prácticos. El arte sería más bien un servidor de la ciencia, y el naturalismo se explica fácilmente al trasladar de modo directo el método experimental de las ciencias a la literatura. Zola se pregunta “¿por qué la literatura no ha de convertirse también en una ciencia gracias al método experimental?”

Zola ha expuesto sus ideas básicas acerca del naturalismo en un texto teórico titulado La novela experimental (1879). Su propuesta consiste en apropiarse para la literatura del método experimental establecido por Claude Bernard en su Introducción al estudio de la medicina. Este interés halla su origen, entre otras cosas, en la convicción de que el método experimental, además de conducir al conocimiento de la vida física, puede llevar “al conocimiento de la vida pasional e intelectual”.

Continuando con la analogía entre el médico y el escritor, Zola refiere que si el terreno de la medicina es el del cuerpo tanto en su estado normal como patológico, también a la literatura toca un objeto en su estado normal y en estado mórbido. La función del escritor es mostrar las enfermedades sociales o al individuo social enfermo que las ilustre. Se trata de una actitud descriptiva de denuncia, como un primer paso para ir hacia la modificación social. La literatura debe ser capaz de mostrar un estado de cosas para que los hombres de acción, los políticos, encaren su tarea de curar a la sociedad. Por esta confianza en la posibilidad de transformación de la realidad, Zola se vincula ideológicamente con el socialismo utópico. La sociedad puede modificar sus características acentuando aquellas “útiles” para los hombres y neutralizando las “peligrosas”.

Acorde con esta definida postura respecto del rol social del escritor, la mirada zoliana se centra en la periferia de la ciudad, de la sociedad, de la población. Ese será el escenario al que mire y del que obtendrá la materia para su literatura: los mercados, la bolsa, los teatros, los obreros víctimas de la explotación, verdades repulsivas producto de la lucha entre trabajadores y el capital industrial, la máquina, el alcohol, la prostitución, el crimen… la Francia decadente y corrompida del Segundo Imperio.

El método privilegiado del escritor es el de la observación-experimentación; su instrumento más útil es su propia mirada.

Para Zola la literatura es un trabajo y el escritor, un trabajador. Escribir no es un placer, una recreación por parte de un hombre ocioso. La experiencia del escritor cobra gran relevancia puesto que de allí extraerá el material empírico para desarrollar literariamente en sus textos.

A partir de allí, a la hora de representar a través del lenguaje lo que ha observado, el escritor deberá cuidarse de ser realista-naturalista, constatar a través de la literatura los fenómenos en su pureza, como se dan en la naturaleza, sin esteticismo, despojándose de todo prejuicio estético. Las imágenes literarias de Zola no apuntan a lograr una estética de lo feo sino que pretenden exhibir a la sociedad ingrata. En este orden de cosas, su literatura privilegiará los desbordamientos, lo cuantitativamente significante, lo burdo y exorbitante.

Tanto como a la estetización, Zola manifestará su oposición al arte idealista. No debe existir otra cosa que fenómenos y condiciones de fenómenos. Zola descalifica al arte que se ocupa de asuntos misteriosos, del terreno de lo desconocido y lo oculto: “creo que los novelistas deben dejar de preocuparse por lo desconocido si no quieren perderse en las locuras de los poetas y de los filósofos. Intentar conocer el mecanismo de la naturaleza sin inquietarse, de momento, por el origen de este mecanismo, es ya una tarea bastante amplia”. Ocurre que para Zola no tiene sentido ocuparse de ideales u objetivos inalcanzables, para él sólo adquiere relevancia abocarse hacia aquello posible de conquistar.

Zola no sólo ha sido reconocido por su producción literaria sino también por su fuerte presencia en la esfera pública. La misma tiene que ver con su firme creencia en la posibilidad de transformar las condiciones materiales de existencia de la sociedad a partir de denunciar el presente nefasto. En cuanto a ello, destacamos en particular su intervención en el caso Dreyfus a través de su carta abierta al presidente de Francia  publicada en enero de 1898 en el periódico L’Aurore bajo el título “Yo acuso”. La solicitada en favor del capitán Alfred Dreyfus fue firmada a su vez por otros escritores, como Marcel Proust. Ese mismo año, Zola publicó un libro de igual título, también en relación con el affaire Dreyfus. Estas publicaciones fueron llamadas manifiestos de los intelectuales. Esto es relevante en la medida en que a partir de aquí la palabra “intelectual” se sustantivizó (de otro modo, dicho vocablo era empleado como adjetivo, por ejemplo, “una labor intelectual”).  Así es que a partir de 1898 se comenzó a hablar de “el intelectual” o “los intelectuales”, términos cuyo origen aparece ligado a un modo de intervención pública. Siguiendo con esto, la solicitada dio comienzo a un largo debate en torno de los intelectuales y su función en la sociedad. Barrès ha acusado públicamente a los firmantes de la misma de inútiles. De esta manera, a la par del intelectualismo nace su tradición contraria, el anti-intelectualismo.

 

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