FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN UNLP

ISBN 957 950 34 0658 8

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Carpeta 1. La Era del Imperio (1873-1914/1918)

II. La belle époque y el capitalismo global

 

Literatura: Emile Zola, el escritor naturalista

Síntesis argumental


La bestia humana (1890)

En la novela La bestia humana se condensan de forma clara las características de la literatura naturalista en general y del estilo de Zola en particular.

El texto narra las vivencias de un grupo de personajes que se hallan en los márgenes de la sociedad industrial urbana: el maquinista de tren Jacques, el subjefe de estación Roubaud  y su esposa. Pero no será la ciudad el único escenario de la acción de esta novela: los personajes también transitan por el campo. Las zonas rurales se mostrarán alcanzadas por el proceso modernizador. El recorrido del tren, que parte de la ciudad y atraviesa el campo, constituirá el símbolo de ese avance modernizador, la imagen del llamado “progreso” de la sociedad industrializada. La propuesta de Zola en esta obra es mostrarnos la cara oculta y oscura de este proceso de modernización.

La novela se inicia con una discusión conyugal entre Roubaud y su esposa Sevérine, quien conserva una sortija que le diera su padre adoptivo, el funcionario del gobierno Grandmorin. Y es que Sevérine había sido criada por una familia acomodada que la salvó de su pobre cuna. Sin embargo, su tutor, el magistrado Grandmorin, supo cobrarse este favor abusando de la joven. Símbolo de ese terrible secreto es la sortija que la mujer aún conserva. La discusión entre los esposos acaba con el desvelamiento del secreto, que causa un ataque de ira en Roubaud: golpea brutalmente a su mujer y decide asesinar a Grandmorin. El plan consiste en arreglar una cita con él y asesinarlo en un vagón del tren en movimiento.

De forma paralela, el narrador cuenta otra historia: la de Jacques, el maquinista. Jacques se encuentra visitando a su familia en el campo. Allí se topa con Flore, una muchacha trabajadora que nunca ha abandonado la zona rural en la que nació. Aunque reacia al contacto con el género masculino, ella ama secretamente a Jacques. Una noche decide confesárselo y ofrecer su cuerpo como prueba de amor. Sin embargo, al verla desnuda, Jacques sólo piensa en una cosa: matarla. Domina su deseo e intenta evitar que la locura asesina lo venza escapando a campo traviesa. Perdido en medio de la oscuridad, Jacques mira pasar el tren iluminado. Es entonces cuando logra ver el asesinato de Grandmorin perpetrado por Roubaud.

Horas después en la estación, el cadáver del magistrado se descubre. El misterioso crimen de un alto funcionario del Segundo Imperio escandaliza a la opinión pública y ocupa un lugar preferencial en la prensa periódica. El encargado de investigar el asesinato será el juez de instrucción Denizet. Varias pistas conducen a la posible culpabilidad de Roubaud y Sevérine. Estos son llamados frente al juez de instrucción para un careo con el único testigo, Jacques. En esa situación, el maquinista se enamora de la mujer de Roubaud y decide mentir para protegerlos. Las sospechas sobre el matrimonio quedan anuladas. A su vez, la cúpula dirigente del gobierno no parece interesada en que las sospechas recaigan en Sevérine y su marido. La conducta pedófila del difunto Grandmorin era conocida por sus colegas y estos creen saber las razones por las cuales el subjefe de estación pudo haber asesinado al magistrado. Eso sería un escándalo para un régimen tan cuestionado como el del Segundo Imperio, y por ello prefieren que el crimen quede irresuelto, tras no poder encontrar un chivo expiatorio que no manche la imagen del gobierno y sus funcionarios frente a la opinión pública.

Así es como los Roubaud sortean el castigo y vuelven a su vida de todos los días. Claro que el asesinato ha dejado huellas en el subjefe de estación, quien irá volcándose al juego y al alcohol a medida que transcurra la acción, en un camino descendente hacia la alienación absoluta. Sevérine, por su parte, comenzará a tener un amorío con Jacques. Éste creerá haber sido salvado, gracias al amor de Sevérine, de la obsesión homicida que lo asaltaba cada vez que se hallaba en una situación íntima con una mujer. Sin embargo, su conducta irá mostrando que se encuentra equivocado y que la bestia imposible de controlar todavía vive en su interior.

Si bien Roubaud sospecha del amorío entre Jacques y su esposa, no actúa, le resulta indiferente, dado el estado de alienación en el que se encuentra. Proyectando escapar a un país lejano junto a su amante, Sevérine le pide a Jacques que asesine a Roubaud. El maquinista lo intenta pero a último momento se siente incapaz de hacerlo: la pulsión homicida sólo aparece de modo irracional, arbitrario, y provocada por mujeres.

El romance entre Sevérine y Jacques será descubierto por la campesina Flore, quien presa de un ataque de celos decide provocar el descarrilamiento del tren en el que los dos amantes viajan. El accidente ocasiona la muerte de Flore y de una enorme cantidad de pasajeros. Sin embargo, Sevérine y Jacques, aunque malheridos, sobreviven. Allí mismo en el campo, en la casa donde se había criado Sevérine y que Grandmorin le había dejado como herencia, la mujer se dedica a cuidar de Jacques y de Cabuche, un hombre huraño que vivía aislado en medio del campo y que en otro tiempo había tenido problemas con la autoridad debido a su conducta asocial. Es en esta casa donde Jacques no puede resistir más a su deseo homicida, asesina brutamente a Sevérine y huye. Este asesinato, entonces, se asociará al de Grandmorin.

Se lleva a cabo el juicio, en el que participa el juez de instrucción Denizet. Éste concluye que  Roubaud es el autor intelectual de los dos crímenes; el primero motivado por el ansia de heredar la casa de campo de Grandmorin, el segundo movido por los celos hacia su esposa después de que esta iniciara un amorío con el maquinista Jacques. La responsabilidad material de los asesinatos cae sobre el huraño Cabuche, brazo armado de Roubaud a los ojos de Denizet. Así es como el caso se cierra, condenando al inocente Cabuche y a Roubaud por ambos delitos.

Jacques queda limpio de cualquier sospecha y retoma su actividad. En su primer día de trabajo luego del juicio, al maquinista le toca conducir una locomotora junto a su ayudante, Pecqueux. Con el tren en movimiento, Pecqueux le reprocha –lleno de ira, celos y alcohol– el que haya tenido relaciones con su mujer. Los dos hombres pelean cuerpo a cuerpo. La escena final de la novela presenta al tren avanzando vertiginosamente sin conductor: Jacques y Pecqueux han caído de la locomotora y han muerto destrozados bajo las ruedas del tren.

 

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