Contra el spleen (el tedio)

Es curioso, pero buena parte de nuestra infancia debería agradecer el incremento del círculo de lectores que se generó en la segunda mitad del siglo xix y la demanda de productos pasatistas por parte de la clase burguesa, empeñada en otros menesteres, pero deseosa de amenizar su vida cotidiana a través de la lectura. Con el aumento de la masa alfabetizada y el consiguiente desarrollo de la industria gráfica, se formaliza una literatura de folletín, con entregas semanales que redundarán en un género en sí mismo. De allí surgieron obras importantes que, si bien fueron literatura de evasión, guiaron los primeros pasos de muchas generaciones posteriores de lectores y poblaron de personajes las infancias de todo Occidente. Un menú amplio, ramificado, por un lado, en las popularísimas novelas de aventuras de Emilio Salgari (1862-1911), con la saga de Sandokán, el pirata príncipe y líder anticolonialista que en los mares de Malasia combatirá por su tierra contra la corona británica y sus cipayos; y por otro lado, las novelas de ciencia ficción, que tuvieron como referencia la imaginación desacostumbrada de Jules Verne (1828-1905). Su exitoso La vuelta al mundo en 80 días se editó en el periódico Les Temps hacia fines de 1872 y como libro en 1873.

UNA PORTADA DEL LIBRO DE VERNE

En esta oferta de entretenimientos, la irrupción del policial en la pluma de un autor que trabajó asimismo la ciencia ficción y el relato histórico: Arthur Conan Doyle (1859-1930), creador del archiconocido detective Sherlock Holmes, famoso por decodificar los más intrincados enigmas en el plano de la deducción y el razonamiento (bien inglés), una fórmula que desde su aparición ha cautivado a millones de lectores. “¡Elemental, Watson!”.