FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN UNLP

ISBN 957 950 34 0658 8

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Carpeta 1. La Era del Imperio (1873-1914/1918)

I. El Imperialismo

 

Literatura: Joseph Conrad

Acerca de la obra

 

tapa

El Corazón de las Tinieblas
es una breve novela escrita entre 1898 y 1899, pleno período de acelerada colonización. Conrad vuelca en ella gran parte de su experiencia personal del viaje al Congo.

 

A través del relato de Marlow acerca de su experiencia en la compañía de comercio, interesada en las tierras del centro de África en especial por el tráfico de marfil, y a partir de considerar el marco en el que esa historia se narra, esto es a bordo del Nellie, una embarcación perteneciente a una compañía europea cuyo derrotero apunta directo al corazón de las tinieblas, se nos presenta una visión respecto de la política expansionista de las metrópolis. 

Cuando al inicio de la novela el narrador nos introduce a Marlow, entre otras cosas menciona que “para él la importancia de un relato no estaba dentro de la nuez sino afuera, envolviendo la anécdota de la misma manera que el resplandor circunda la luz” (p.10). Si nos atenemos, entonces, al contexto de la narración de Marlow, puede advertirse cómo la apropiación de nuevos espacios por parte de algunas sociedades continúa hasta ese momento y, por otro lado, viene ya desde la antigüedad, pues Marlow, reflexivo, hace referencia a las conquistas romanas, a las expansiones de pueblos de épocas remotas, y afirma que también ese espacio en el que estaban (las tierras cercanas al Támesis) había sido “uno de los lugares oscuros de la tierra” (p.10).

En cuanto a la historia que Marlow narra, es posible ver allí diversas cuestiones referentes a la política imperialista. Por una parte, la voz de este personaje se nos presenta como divergente respecto de los discursos dominantes y masivos de la época. La voz de Marlow, que no es ni un típico hombre de mar (p.10) ni un típico inglés (p.20), puede correrse de lo típico, presentar un modo particular y personal de ver los hechos, según como los experimenta. Así, por ejemplo, se distancia del discurso de los medios de comunicación y de la mayoría de los ciudadanos:

Una enorme cantidad de esas tonterías corría en los periódicos y en las conversaciones de aquella época, y la excelente mujer se había visto arrastrada por la corriente. Hablaba de ‘liberar a millones de ignorantes de su horrible destino’, hasta que, palabra, me hizo sentir verdaderamente incómodo. Traté de insinuar que lo que a la compañía le interesaba era su propio beneficio (p.21).

En esta cita puede verse cómo Marlow se corre del discurso de la época que, además, le incomoda. Siente respecto de él una diferencia, se siente en disonancia con lo dominante. A menudo el discurso de la literatura permite ir hacia los modos particulares (individuales) de experimentar lo que se vive, hacia las estructuras del sentir de los individuos ante el curso de la historia general. Así, Marlow entiende de otro modo la conquista de la tierra:

por lo general consiste en arrebatársela a quienes tienen una tez de color distinto o narices ligeramente más chatas que las nuestras, no es nada agradable cuando se observa con atención. Lo único que la redime es la idea. Una idea que la respalda: no un pretexto sentimental sino una idea; y una creencia generosa en esa idea (p.12)

Esa idea es la que mandaba a rodar el discurso de las culturas superiores: la misión de civilizar a las razas inferiores. Y la creencia en esa idea, su arraigo en la sociedad, puede verse en el parlamento de la mujer en la cita anterior. En ella también aparece el tema de los propósitos de la compañía: el texto hace hincapié en innumerables ocasiones en que el interés central de la misma es el comercio de marfil y que todo lo demás queda subordinado al él. El móvil de la expansión era principalmente económico. El sentimiento de Marlow de estar ante un ambiente conspirativo, donde abundaban los secretos, donde los verdaderos fines se ocultaban y surgía la incertidumbre respecto de en qué tipo empresa estaba involucrado es constante: “era exactamente como si hubiera entrado a formar parte de una conspiración, no sé, algo que no era del todo correcto” (p. 18)

Para alcanzar sus propósitos, las compañías europeas debieron enfrentarse con las poblaciones nativas, a las que sometieron. Este es otro de los asuntos que se deja ver a través del relato: la dominación imperial de los blancos europeos sobre los negros africanos, que a menudo se pensaba como el triunfo de la civilización sobre el continente oscuro y primitivo. Esto, además, entra en relación con la ideología racista. Por ejemplo, en la obra se hace mención al informe que deben elaborar ciertos representantes de la compañía para la Sociedad Internacional para la Supresión de las Costumbres Salvajes. En vínculo con estas cuestiones, tomaremos aquí dos imágenes de situaciones descriptas en El Corazón de las Tinieblas que van hacia la figuración de la explotación y las prácticas depredatorias que sufrieron las poblaciones nativas ante la dominación europea. Una tiene que ver con el trabajo forzado y la esclavitud:

Un sonido metálico a mis espaldas me hizo volver la cabeza. Seis negros avanzaban en fila, ascendiendo con esfuerzo visible el sendero. Caminaban lentamente (...) balanceando pequeñas canastas llenas de tierra sobre las cabezas (...) Cada uno llevaba atado al cuello un collar de hierro, y estaban atados por una cadena cuyos eslabones colgaban entre ellos, con un rítmico sonido. (...) Eran considerados como criminales, y la ley ultrajada, como las bombas que estallaban, les había llegado del mar cual otro misterio igualmente incomprensible (p. 26).

La otra imagen se conecta con la masacre y el exterminio. Se trata del episodio en que los hombres de la compañía disparan desde el barco al continente africano, disparan a la tierra donde una multitud de nativos observa cómo parte la embarcación, con Kurtz:

Tiré del cordón de la sirena, y lo hice porque vi a los peregrinos en la cubierta preparar sus rifles con el aire de quien se dispone a participar en una alegre francachela. Ante el súbito silbido, hubo un movimiento de abyecto terror en aquella apiñada masa de cuerpos. “No haga usted eso, no lo haga. ¿no ve que los ahuyenta usted?”, gritó alguien desconsoladamente desde cubierta. Tiré de cuando en cuando del cordón (...)

Y entonces la imbécil multitud que se apiñaba en cubierta comenzó su pequeña diversión y ya no pude ver nada más debido al humo (p. 109).

En esta cita queda claro, además, esa peculiaridad de Marlow de estar al margen de las prácticas europeas dominantes, de su carácter no típico. Él está en el barco de la compañía pero toma partido por los nativos al advertir que harán fuego contra ellos, intentando con los bocinazos que esa multitud se disipe. Con esto, se señala separado del otro grupo, del de los peregrinos, a quienes ve del mismo modo que a la población agrupada en el continente: una multitud apiñada. Al utilizar la misma figura para describir a ambos grupos, al tiempo que los objetiva, los iguala. No hay uno superior a otro, son dos multitudes apiñadas.

Por otra parte, la narración de Marlow no está exenta de contradicciones, al contrario, ellas abundan. Los juicios morales que emite no son siempre certezas sino que aparecen la duda, la incertidubre, la interrogación. Esto permite que se cree la impresión de la existencia de una distancia entre lo que se cuenta y lo que efectivamente sucedió; permite advertir que el discurso no dice lo que ocurrió sino cómo se lo vio o se lo experimentó: es un posible de la historia y no la historia misma. Puede haber otras visiones, puede haber sido diferente. De este modo, las tinieblas que se exploran no son sólo las que cubren al continente africano en tanto tierra desconocida sino también las que ocultan ciertos costados de la política imperialista, las que vuelven difusa la realidad de la misión civilizatoria y explotación colonial.

Marlow regresa de su viaje con la certidumbre de haber vivido una experiencia que lo ha conmovido al punto de sentirse otro hombre. Esas sensaciones tienen que ver con su encuentro con la selva y con su encuentro con Kurtz y las relaciones singulares que éste había sabido crear con los nativos. Londres es, ahora, para él, la “ciudad sepulcral” en que la gente se apresuraba por las calles “para extraer unos de otros un poco de dinero, para devorar su infame comida, para tragar su cerveza malsana, para soñar sus sueños insignificantes y torpes”. Marlow nos habla de esa gente en los términos siguientes: “eran intrusos cuyo conocimiento de la vida constituía para mí una pretensión irritante, porque estaba seguro de que no era posible que supieran las cosas que yo sabía”. Una vez más,  y a raíz de todo lo que ha vivido, se afirma en su carácter no típico, en conflicto con el sistema de valores establecido: “me atrevería a decir que no estaba yo muy bien en aquella época”. La soledad de este personaje no debe ser vista como una condición del hombre, sino como una respuesta trágica ante la realidad histórica (Williams 1997).

 

 

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