FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN UNLP

ISBN 957 950 34 0658 8

Usted está aquí: Inicio Carpeta 1 Fuentes La belle époque y el capitalismo global Rosa Luxemburgo cartas a Leon Jogichès

Rosa Luxemburgo cartas a Leon Jogichès

II. La belle époque y el capitalismo global

Imagen fuente rosa








LEO JOGICHES Y ROSA LUXEMBURGO











[Suiza, 16 de julio, 1897.] [xix]

“No, no puedo trabajar más. El pensamiento vuelve constantemente a ti. Es preciso que te escriba. Mi querido, mi amado, no estás en este momento a mi lado pero toda mi alma está plena de ti, te abraza. Seguramente te parecerá extraño, quizás hasta ridículo, que te escriba esta carta estando a 10 pasos uno del otro, viéndonos tres veces por día; por otra parte –puesto que soy solamente tu mujer–, ¿qué es este romanticismo, escribir cartas por la noche al marido? Amor mío, el mundo entero puede reírse, pero tú no, tú lee seriamente y de corazón, con emoción, con esa misma emoción con la que antes leías mis cartas –en Ginebra– cuando yo todavía no era tu mujer. Porque yo las escribo con la misma emoción que entonces, y como entonces toda mi alma se lanza hacia ti y mis ojos se llenan de lágrimas (probablemente sonrías ante estas palabras ‘¡porque ahora lloro por cualquier cosa!’).

Amado mío, ¿sabes por qué te escribo en vez de decirte todo esto de viva voz? Porque ya no sé, porque ya no puedo hablarte tan libremente de estas cosas. Actualmente estoy tan sensible y desconfiada como una liebre. Basta un gesto o una palabra indiferente de tu parte para que mi corazón se apriete y mis labios se cierren. No puedo hablarte francamente si no me siento rodeada de una atmósfera cálida y de confianza, pero ahora es raro que eso suceda entre nosotros. Hoy mismo me sentía inundada por los extraños sentimientos que habían suscitado en mí estos pocos días de soledad y reflexión, tenía tantos pensamientos que comunicarte, pero tú estabas distraído, alegre, te parecía que ‘lo físico’ es inútil, es decir, todo lo que en ese momento me preocupaba. Todo eso me hizo mucho mal, y tú creíste que estaba descontenta porque te ibas tan pronto.

Quizás no me hubiera decidido a escribirte ahora si no me hubiera alentado ese poco de sentimiento que mostraste al dejarme, entonces sentí sobre mí el soplo del pasado, ese pasado en cuyo recuerdo ahogo mis lágrimas en la almohada cada noche antes de dormirme. Mi querido, mi amado, estoy segura de que ya estás buscando con mirada impaciente…, ‘al fin de cuentas, ¿qué es lo que quiere esta mujer?’. ¿Sé yo, acaso, lo que quiero? Quiero amarte, quiero que reine entre nosotros esa atmósfera dulce, confiable, ideal, como era entonces. Tú, querido mío, muy a menudo me comprendes de una manera simplista. Siempre crees que me enfurruño porque te vas o algo parecido. Y lo que no puedes concebir es que lo que me hace un mal profundo, es que para ti nuestra relación es algo estrictamente exterior. ¡Ah, no, no digas, querido, que soy yo la que no comprende, que no es exterior de la manera en que yo lo entiendo! Sé, comprendo, lo que quiere decir, lo comprendo porque… lo siento. Cuando tú me lo decías antes, para mí no era más que un sonido vacío, ahora es… una dura realidad. Oh, sí, siento perfectamente esta exterioridad… la siento cuando te veo sombrío y taciturno, y guardas para ti tus preocupaciones o tus penas diciéndome con la mirada: ‘¡no es asunto tuyo, ocúpate de tus cosas!’. Lo siento cuando veo cómo después de una disputa entre nosotros, rumias esas impresiones, examinas nuestra relación, llegas a conclusiones, tomas una decisión, y te comportas conmigo de tal o cual manera, y yo quedo fuera de todo eso y no puedo hacer nada que no sea combinar en mi cerebro el qué y el cómo de tus pensamientos. La siento después de cada una de nuestras uniones, cuando te apartas y, encerrado en ti mismo, te pones a trabajar. La siento, por fin, cuando mi pensamiento abarca toda mi vida, todo mi porvenir que se me presenta como si yo fuera un maniquí accionado por un mecanismo externo. Mi querido, mi amor, no me quejo, no pido nada, solamente quiero que comprendas, que no tomes mis llantos por escenas de comadre. ¿Qué es lo que también sé? Que seguramente yo soy muy culpable, la más culpable, quizás, de que nuestras relaciones no sean armoniosas y cálidas. ¡Pero qué puedo hacerle… no sé, verdaderamente no sé cómo comportarme! No sé cómo hacerlo, nunca logro combinar una situación, soy incapaz de sacar conclusiones, soy incapaz contigo de atenerme a una decisión determinada… a cada momento me conduzco contigo como me dicta mi impulso; cuando se me acumula mucho amor y mucha pena en el alma me abrazo a tu cuello; cuando me hieres con tu frialdad… mi alma se desgarra y te odio… sería capaz de matarte. ¡Pero, mi amor, tú eres capaz, sin embargo, de comprender y analizar, siempre lo has hecho por ti y por mí en nuestra relación! ¿Por qué no quieres ahora hacerlo junto conmigo? ¿Por qué me dejas sola? Ah, yo te imploro, ¿pero tú, no es cierto, como me parece cada día más, ya no me amas como antes? De veras, sí, muy de veras, siento a menudo que es así.

Tú ves ahora en mí todo lo malo y lo feo. Casi no sientes la necesidad de pasar tu tiempo conmigo. Pero ¿qué me sugiere este pensamiento? Todo lo que sé es que cuando reflexiono, cuando me represento esta situación, algo en mí dice que serías más feliz sin todo esto, que hubieras preferido escaparte a alguna parte y desembarazarte de toda esta historia. Ay, querido mío, te comprendo muy bien, veo qué poco resplandor tiene para ti esta relación, cómo te pongo los nervios con esas escenas, esas lágrimas, esas pavadas, hasta con esa falta de fe en tu amor. Lo sé, mi amor, y cuando lo pienso querría estar lejos… irme al diablo o mejor aún, no ser, tanto me duele pensar que irrumpí en tu vida limpia, orgullosa, solitaria, con mis historias de buena mujer, con mis saltos de humor, mi torpeza, ¿y todo eso por qué, para qué? ¡Dios mío, para qué hablar de esto, es ridículo! Querido mío, te preguntarás de nuevo qué es lo que finalmente quiero. Nada, nada, querido, quiero solamente que sepas que no soy tan ciega e insensible cuando te canso con mi persona, quiero que sepas que a menudo lloro y amargamente a causa de esto y una vez más… que no sé, no sé realmente qué hacer. A veces pienso que lo mejor sería que nos viéramos lo menos posible, otras veces en un arranque quiero olvidar todo, arrojarme en tus brazos y llorar y después los pensamientos malditos invaden mi espíritu y me dictan: déjalo tranquilo, él aguanta esto nada más que por delicadeza… y dos o tres pavadas confirman mi pensamiento… se me sube el odio y quiero hacerte mal, herirte, demostrarte que no necesito tu amor, que podría privarme de él, y nuevamente me torturo y me atormento, y sigo y sigo en el mismo círculo.

‘¡Cuántos dramas!’, ¿no? ‘Triste, siempre lo mismo’. Y tengo la sensación de no haberte dicho ni la décima parte ni nada de lo que quería decirte.

‘La lengua miente a la voz y la voz miente a la idea; la idea brota viva del alma antes de quebrarse en las palabras’[xx].

Adiós, pues. Ya casi me arrepiento de haberte escrito. ¿Estarás, quizás, enojado? ¿Te reirás acaso? ¡Ah, no, no te rías!

¡Pero tú, oh mi amado, tú al menos saluda al fantasma como antaño!”.

[xix] Fecha que figura en un breve poema escrito por Rosa Luxemburgo adjunto a la carta.

[xx] Versos del drama histórico de Adam Mickiewicz, Los antepasados.

Rosa Luxemburgo, Cartas de amor a Léon Jogichès (1894-1900), Buenos Aires, Ediciones de la Flor, 1973.

Acciones de Documento