FACULTAD DE HUMANIDADES Y CIENCIAS DE LA EDUCACIÓN UNLP

ISBN 957 950 34 0658 8

Usted está aquí: Inicio Carpeta 1 Fuentes El imperialismo El imperialismo desde el discurso político

El imperialismo desde el discurso político

I. El imperialismo

La expansión imperialista generó realineamientos en el campo liberal. Algunos dirigentes, por ejemplo, el inglés Joseph Chamberlain o el francés Jules Ferry, argumentaron a favor de la empresa colonizadora. Otros, el caso del francés George Clemenceau, denunciaron la empresa “civilizadora” de Europa.

Chamberlain y Ferry fueron decididos liberales al inicio de su carrera política. Creyeron que las reformas en el plano educativo contribuirían a la configuración de sociedades más igualitarias y al fortalecimiento de la autonomía de los individuos. Sin embargo, frente a la creciente rivalidad entre los Estados nacionales y los desafíos planteados por la crisis económica, dieron un giro hacia la defensa del imperialismo. Desde esta perspectiva, justificaron la dominación de los europeos sobre otros pueblos en virtud de la superioridad de la civilización occidental y de su capacidad para conducir hacia el progreso a los grupos humanos “atrasados”.


 Chamberlain

JOSEPH CHAMBERLAIN (1836-1914)

















ELEGIDO MIEMBRO DEL PARLAMENTO COMO CANDIDATO DEL PARTIDO LIBERAL BRITÁNICO EN 1876, FUE UN IMPORTANTE DEFENSOR DE REFORMAS EN EL CAMPO DE LA EDUCACIÓN Y EN EL PLANO SOCIAL. LA LEY SOBRE SEGURO LABORAL DE ACCIDENTES DE 1897, POR EJEMPLO, CONTÓ CON SU APOYO. FRACASÓ EN SU INTENTO DE APROBAR UN ESTATUTO DE AUTONOMÍA PARCIAL PARA IRLANDA. TAMPOCO TUVO ÉXITO, EN LIMITAR EL LIBRE COMERCIO ATENDIENDO A LOS RECLAMOS DE LOS INDUSTRIALES INGLESES CADA VEZ MENOS COMPETITIVOS FRENTE AL AVANCE DE LOS ALEMANES Y ESTADOUNIDENSES. COMO MINISTRO DE COLONIAS EN EL GABINETE CONSERVADOR ENCABEZADO POR EL TERCER MARQUÉS DE SALISBURY, ACABÓ DESTACÁNDOSE COMO GRAN DEFENSOR DE LOS INTERESES IMPERIALISTAS BRITÁNICOS, ESPECIALMENTE EN SUDÁFRICA.

Discurso pronunciado en la cena anual del Instituto Real de Colonias, en el hotel Metropole, el 31 de marzo de 1897.

“Tengo el honor de proponerles un brindis por la prosperidad del Instituto Real de Colonias. Este Instituto fue creado en 1868, hace casi exactamente una generación, y confieso que admiro la fe de sus promotores. Ellos sembraron la semilla del patriotismo imperial en tiempos no enteramente favorables a sus opiniones, a pesar de que debían haber sabido que pocos de ellos podrían vivir para recoger los frutos y obtener provecho de esa cosecha. Pero su fe ha sido justificada por el resultado de su labor y su previsión debe ser reconocida a la luz de nuestra experiencia actual.

Me parece que hay tres distintos estadios en nuestra historia imperial. Comenzamos a ser y luego nos convertimos en un gran poder imperial en el siglo xviii, pero durante la mayor parte de ese período las colonias eran consideradas, no solo por nosotros, sino por cualquier poder europeo que las poseía, como posesiones valoradas en proporción a la ventaja pecuniaria que le producía a la madre patria, país que bajo ese punto de vista no era realmente madre, sino que era más bien un codicioso y ausente propietario deseoso de sacar de sus arrendatarios las más grandes rentas posibles que pudiera lograr.

Las colonias eran valoradas y mantenidas porque se pensaba que serían una fuente de lucro, de ganancia directa para la madre patria.

Ese fue el primer estadio, y cuando despertamos abruptamente por la guerra de la Independencia de América, de este de que las colonias podían ser sojuzgadas solamente para nuestro beneficio, ingresamos en el segundo capítulo, y la opinión pública parece haberse orientado entonces hacia el extremo opuesto. A causa de que las colonias ya no eran recurso de ingresos, parece que mucha gente creyó y argumentó que la separación de las colonias era solo cuestión de tiempo, y que tal separación debería ser deseada y alentada para que aquellas no se convirtiesen en un estorbo y una fuente de debilidad.

Mientras los little Englanders [ingleses insulares contrarios al imperialismo] sostenían esa opinión, fue fundado este Instituto para protestar contra doctrinas tan injuriosas hacia nuestros intereses y tan humillantes para nuestro honor. Y yo me regocijo al ver que lo que entonces fue un grito en el desierto hoy es el deseo expreso y definido de la abrumadora mayoría del pueblo británico. En parte por los esfuerzos de este Instituto y organizaciones similares, en parte por los escritos de hombres tales como Froudo y Soeley, pero principalmente por el buen sentido instintivo y el patriotismo del pueblo en su totalidad, es que hemos alcanzado el tercer estadio de nuestra historia y la verdadera concepción de nuestro Imperio. ¿Cuál es esa concepción? En lo que se refiere a las colonias autogobernadas, ya no hablamos de ellas como dependencias. El sentido de posesión ha dado paso al de hermandad. Pensamos y hablamos de ellas como parte de nosotros mismos, como parte del Imperio británico, unidas a nosotros por ligaduras de parentesco, de religión de historia y de lengua, a pesar de estar dispersas a través del mundo, y unidas a nosotros por los mares que anteriormente parecían separarnos.

Pero el Imperio británico no se reduce a las colonias autogobernadas y al Reino Unido. Incluye un área mucho mayor, una población mucho más numerosa en los climas tropicales, donde es casi imposible el establecimiento europeo y donde la población nativa es bastamente superior en número a la blanca, y en estos casos también es explicable la nueva idea de imperio.

Aquí también el sentido de posesión ha dejado paso a un sentimiento diferente: al sentido de obligación: Sentimos ahora que nuestro dominio sobre estos territorios puede ser justificado solo si logramos felicidad y prosperidad para el pueblo, y sostengo que nuestro gobierno trae y ha traído seguridad, paz y relativa prosperidad a países que nunca conocieron antes estos beneficios.

Para llevar adelante esta tarea de civilización, estamos realizando lo que creo nuestra misión nacional, y estamos encontrando un enfoque más ajustado para el ejercicio de aquellas facultades y cualidades que han hecho de nosotros una raza gobernante. No digo que nuestro éxito ha sido completo en todos los casos, no digo que todos nuestros métodos han sido irreprochables; pero sí digo que en casi todas las instancias en que se estableció el dominio de la reina y donde se ha hecho cumplir la gran pax britannica ha sobrevenido con ella mayor seguridad para la vida y la propiedad, y un mejoramiento material para la mayoría de la población.

Sin duda, en el momento en que se realizaron las conquistas ha habido derramamiento de sangre, ha habido pérdida de vidas entre las poblaciones nativas, pérdida de vidas aún más preciosas de aquellas que fueron enviadas para llevar a esos países un tipo de orden disciplinado; pero debemos recordar que esta es la condición de la misión que debemos cumplir.

Hay naturalmente entre nosotros, como los hay siempre según creo, una pequeñísima minoría de hombres que constantemente están dispuestos a ser los defensores de los más detestables tiranos, siempre que su piel sea negra, hombres que se conduelen de las tristezas de Prempeh y Lobengula, que denuncian como asesinos a los compatriotas que obedecieron las órdenes de la reina, que redimieron zonas, tan extensas en Europa, de la barbarie y la superstición, en las que habían estado sumergidas durante siglos.

Recuerdo un cuadro de Selous de un filántropo –quiero creer que un filántropo imaginario– sentado cómodamente frente a su chimenea y denunciando los métodos que se usaban para promover la civilización británica. Este filántropo se quejaba del uso de los fusiles Maxim y otros instrumentos de guerra y preguntaba por qué razón no podíamos proceder con métodos más persuasivos, y por qué los impis [cuerpo de guerreros zulúes] de Lombegula no podían ser juzgados y multados con cinco chelines y de esa manera obligados a conservar la paz.

No cabe duda de que hay un humor exagerado de este cuadro, una exageración grosera para ridiculizar el estado de ánimo contra el que estaba dirigido. No se puede hacer tortilla sin romper huevos; no se pueden destruir las prácticas de barbarie, de esclavitud, de superstición, que por siglos han desolado el interior de África, sin el uso de la fuerza. Pero si honestamente se compara lo que se gana para la humanidad con el precio que estamos obligados a pagar, pienso que bien podemos alegrarnos por el resultado de tales expediciones, como las que han sido dirigidas recientemente con éxito significativo en Niassalandia, Ashanti, Bonin y Nupé, expediciones que pueden costar y que ciertamente han costado valiosas vidas, pero podemos estar seguros de que por una vida perdida habrá cien ganadas y habrá avanzado así la causa de la prosperidad y la civilización del pueblo. Pero sin duda tal estado de cosas, tal misión como la que he descrito involucra una gran responsabilidad. En el ancho dominio de la reina, las puertas del templo de Jano no están nunca cerradas, y es una gigantesca tarea la que debemos sobrellevar desde el momento en que nos hemos decidido a esgrimir el cetro del Imperio. Grande es la tarea, grande la responsabilidad, pero grande es el honor; y estoy convencido de que la conciencia y el espíritu del país se pondrán a la altura de estas obligaciones, y que tendremos la fuerza para completar la misión que nuestra historia y nuestro carácter nacional nos han impuesto.

En lo que respecta a las colonias autogobernadas, nuestra tarea es mucho más liviana. Es verdad que nos hemos comprometido a protegerlas con toda nuestra fuerza contra la agresión extranjera, a pesar de que esperamos que nunca se haga necesaria nuestra intervención. Pero debe estar claro nuestro principal deber, que es hacer realidad ese sentimiento de hermandad al cual me he referido y que creo es profundo en el corazón de todo británico. Queremos promover una más íntima y firme unión entre todos los miembros de la gran raza británica, y a este respecto hemos hecho grandes progresos en los años recientes, tan grandes que a veces pienso que algunos amigos tienden a apresurarse y aún esperan que se cumpla un milagro. Me gustaría pedirles que recuerden que tiempo y paciencia son elementos esenciales en el desarrollo de toda gran idea. Conservemos, caballeros, nuestros ideales siempre ante nosotros. Por mi parte, creo en la posibilidad práctica de una federación de la raza británica, pero sé que vendrá, si viene, no por presión, no por nada que surja como dictado desde aquí, sino que vendrá como la realización de un deseo universal, como la expresión del más caro deseo de nuestros propios hermanos de las colonias.

No ignoro que cualquier hombre sensato pueda dudar de que tal resultado fuera deseable, que fuera de interés tanto para las colonias como para nosotros. Pienso que la tendencia es otorgar todo el poder a los imperios más grandes, y los pequeños reinos –aquellos que no son progresistas– parecen estar destinados a ocupar un lugar secundario y subordinado. Pero si el tan grande Imperio británico se mantiene unido, ningún imperio en el mundo podrá sobrepasarlo en extensión, en población, en riqueza o en la diversidad de sus recursos.

Tengamos, entonces, confianza en el futuro. No pido que me anticipen, como lord Macaulay, la época en que el neozelandés vendrá a contemplar las ruinas de una gran ciudad muerta. No tenemos signos visibles de decadencia y destrucción. La madre patria es aún vigorosa y promisoria, es aún capaz de enviar a sus esforzados hijos a poblar y ocupar los más desolados lugares del globo; pero también puede ser que algunas de estas naciones hermanas, cuyo amor y amistad tan vehementemente ansiamos, puedan en el futuro igualar o aún sobrepasar nuestra grandeza.

Es posible que surja a través del océano una capital que arroje sombra a las glorias del mismo Londres; pero antes de que ello ocurra, que sea nuestro empeño, que sea nuestra tarea, el mantener encendida la antorcha del patriotismo imperial, mantener la amistad y la confianza de nuestros hermanos del otro lado de los mares para que en cualquier vicisitud de la fortuna del Imperio británico pueda presentar una barreara infranqueable para sus enemigos, y para que pueda llevar adelante por los siglos las gloriosas tradiciones de la bandera británica. Es porque creo que el Instituto Real de Colonias está contribuyendo en este sentido, que con sinceridad propongo el brindis de esta noche”.

Joseph Chamberlain, Foreing and colonial speeches, 1897.

Jules Ferry








JULES FERRY (1832-1893)







LÍDER DE LOS REPUBLICANOS, ENFRENTADOS A LOS RADICALES DE GEORGE CLEMENCEAU, FERRY EJERCIÓ UNA GRAN INFLUENCIA POLÍTICA EN LOS AÑOS 1876-85. COMO MINISTRO DE INSTRUCCIÓN PÚBLICA Y PRESIDENTE DEL CONSEJO DE MINISTROS VENCIÓ LA RESISTENCIA CATÓLICA E INSTAURÓ UN SISTEMA DE ENSEÑANZA PÚBLICA LAICA, OBLIGATORIA Y GRATUITA, QUE HABRÍA DE CONSTITUIR UNO DE LOS PILARES DE LA REPÚBLICA. DECIDIDAMENTE ANTICLERICAL, ORDENÓ LA DISOLUCIÓN DE LAS CONGREGACIONES JESUITAS Y LES PROHIBIÓ DEDICARSE A LA ENSEÑANZA TANTO A ÉSTAS COMO A OTRAS ÓRDENES. ORIENTÓ A LA SOCIEDAD FRANCESA HACIA LOS IDEALES REPUBLICANOS REGULANDO POR LEY EL DIVORCIO Y LAS LIBERTADES DE PRENSA, REUNIÓN Y ASOCIACIÓN. PRESTÓ ESPECIAL ATENCIÓN A LA AMPLIACIÓN DEL IMPERIO COLONIAL FRANCÉS CON LA INCORPORACIÓN DE TÚNEZ, TONKÍN, MADAGASCAR Y EL CONGO.


“La primera forma de colonización es aquella que ofrece un lugar donde vivir, y trabajo al excedente de población de los países pobres o de los que tienen un contingente humano excepcional.

Pero hay otra forma de colonización que afecta a los pueblos que cuentan con excedente de capitales o de productos. Esta es la forma moderna. Las colonias constituyen para los países ricos una inversión de las más ventajosas [...].

Afirmo que la política colonial de Francia, que la política de expansión colonial, la que nos ha impulsado a ir, bajo el Imperio, a Saigón, a la Cochinchina, la que nos conduce en Tunicia, la que nos ha llevado a Madagascar, afirmo que esta política de expansión colonial está fundada en una realidad sobre la que es necesario llamar por un instante vuestra atención, a saber, que una marina como la nuestra no puede navegar sobre la superficie de los mares sin refugios sólidos, defensas, centros de avituallamiento.

Las naciones, en nuestro tiempo, no son grandes por la actividad que desarrollan ni por el brillo pacífico de sus instituciones. Es necesario que nuestro país se ponga a hacer lo que los demás y, puesto que la política de expansión colonial es el móvil general que importa en el momento actual a las potencias europeas, hay que tomar partido en su favor”.

Discursos de Jules Ferry, en Calero Amor, A. y otros, Historia del mundo contemporáneo, Madrid, Bruño, 1982.

“La política colonial se impone en primer lugar en las naciones que deben recurrir a la emigración, ya por ser pobre su población, ya por ser excesiva.

Pero también se impone en las que tienen o bien superabundancia de capitales o bien excedente de productos; esta es la forma moderna actual más extendida y más fecunda. Francia, que siempre ha estado sobrante de capitales y ha exportado cantidades considerables de él al extranjero [...] tiene particular interés en considerar la cuestión colonial bajo este punto de vista [...]. Pero hay otro aspecto de esta cuestión mucho más importante: la cuestión colonial es, para países como el nuestro, dedicados, por la naturaleza misma de su industria, a una gran exportación, el problema mismo de los mercados. Allí donde se tenga predominio político, se tendrá también predominio de los productos, predominio económico.

¿Dejarán que otros que no seamos nosotros se establezcan en Túnez, que otros que no seamos nosotros se sitúen en la desembocadura del río Rojo [...], que otros que no seamos nosotros se disputen las regiones del África ecuatorial? [...]. En esta Europa nuestra, en esta competencia de tantos rivales que crecen a nuestro alrededor [...] la política de recogimiento o de abstención no es otra cosa que el camino de la decadencia”.

Discursos de Jules Ferry, en Duroselle, Jean Baptiste. Europa de 1815 hasta nuestros días, Barcelona, Labor, 1975.

 George Clemenceau








GEORGE CLEMENCEAU (1841-1929)









LÍDER DEL ALA RADICAL DE LOS REPUBLICANOS. LA CARRERA POLÍTICA DE CLEMENCEAU COMENZÓ NI BIEN CAYÓ NAPOLEÓN III Y SE PUSO EN MARCHA LA TERCERA REPÚBLICA CON LA DERROTA DE FRANCIA EN LA GUERRA FRANCO-PRUSIANA DE 1870. SU OPOSICIÓN COMO DIPUTADO A LAS INTERVENCIONES MILITARES FRANCESAS EN EL CANAL DE SUEZ Y EN TONKIN CONTRIBUYÓ A LA CAÍDA DE VARIOS GOBIERNOS, LO QUE LE VALIÓ EL APODO DEL TIGRE. DESPUÉS DE VERSE INJUSTAMENTE IMPLICADO EN EL ESCÁNDALO DEL CANAL DE PANAMÁ SE RETIRÓ DE LA ESCENA POLÍTICA UNOS AÑOS, PARA VOLVER A RAÍZ DEL ESTALLIDO DEL CASO DREYFUS COMO DEFENSOR DEL MILITAR DE ORIGEN JUDÍO ACUSADO DE TRAIDOR. DESDE SU PERIÓDICO L'AURORE  ATACÓ CON DUREZA EL ANTISEMITISMO DEL EJÉRCITO Y EL CLERO FRANCESES Y PUBLICÓ EN SUS PÁGINAS EL J´ACUSSE DEL ESCRITOR EMILE ZOLA.

CUANDO ESTALLÓ LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL, CLEMENCEAU SE ENCOLUMNÓ ENTRE LOS DECIDIDOS A CONFRONTAR CON LAS ARMAS Y CRITICÓ LA POSTURA PACIFISTA DE LOS SOCIALISTAS. AL CONCLUIR LOS COMBATES FUE UNO DE LOS PRINCIPALES PROTAGONISTAS DE LA CONFERENCIA DE PAZ DE PARÍS EN 1919.

.

Discurso en la Cámara de Diputados, 31 de julio de 1885.

“Las razas superiores tienen un derecho sobre las razas inferiores que ellas ejercen para lograr una transformación particular, tiene al mismo tiempo el deber de civilizar. Esta es la tesis de M. Ferry, y vemos al gobierno francés ejercer su derecho sobre las razas inferiores haciendo la guerra contra ellas y convirtiéndolas por la fuerza al beneficio de la civilización. ¿Razas superiores? Razas inferiores, ¡es fácil decirlo! Por mi parte, yo me aparto de tal opinión después de que he visto a los alemanes demostrar científicamente que Francia debía perder la guerra franco-alemana porque la francesa es una raza inferior a la alemana. Desde entonces, lo confieso, miro dos veces antes de volverme hacia un hombre o una civilización y pronunciar: hombre o civilización inferior. ¡Raza inferior los hindúes con esa gran civilización refinada que se pierde en la noche de los tiempos! ¡Con esa gran religión budista que la India dejó a China!, ¡con ese gran florecimiento del arte que todavía hoy podemos ver en las magníficas ruinas! ¡Raza inferior los chinos! Con esa civilización cuyos orígenes son desconocidos y que parece haber sido la primera en ser empujada hacia sus límites extremos. ¡Inferior Confucio! En verdad, hoy en día, permitidme decirles que cuando los diplomáticos chinos son comparados con algunos diplomáticos europeos... (Risas y aplausos de varios sectores), están realmente desempeñando un buen papel y que, si se quisiera consultar los anales de la diplomacia de algunos pueblos, uno puede ver los documentos que demuestran definitivamente que la raza amarilla, desde el punto de vista del entendimiento de los negocios, de la buena conducta en la realización de operaciones infinitamente delicadas, nada tienen que envidiar a los que se apresuran en proclamar su supremacía.

[...] la argumentación que aquí se ha hecho no es sino la proclamación de la primacía de la fuerza por sobre el derecho, y la historia de Francia desde la Revolución es una protesta viva en contra de esta demanda injusta”.

Texto tomado de Bibliothèque de l'Assemblée nationale. Traducción Sandra Raggio.

Contenido Relacionado
Acciones de Documento